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“La tauromaquia es como la literatura”

Guillermo Niño de Guzmán acaba de publicar “Mis vicios impunes” (Tusquets), una deliciosa colección de textos sueltos dedicada a sus varias pasiones: la literatura, el cine, el jazz y, claro, la tauromaquia. Aquí hablamos de nuestros gustos compartidos.

Publicado: hace 7 horas

Es un notable cuentista, a quienes sus lectores le exigimos, cada vez que lo vemos, menos egoísmo y más publicaciones. El hombre lo toma con humor y prosigue la tertulia. Porque así es Guillermo Niño de Guzman (Lima, 1955), un espíritu festivo que sabe alegrar los días con una charla informada y hasta erudita, pero nunca pretenciosa, y siempre con una buena copa en la mano.

Acaba de publicar “Mis vicios impunes” (Tusquets), segundo volumen de su colección “Cuaderno de letraherido”, nombre con el que está reuniendo los muchos textos que escribió para diarios y revistas de aquí y de allá, y también para sí mismo, una especie de bitácora literaria y personal donde están todas sus pasiones, así como “sus certezas, dudas y frustraciones”.

So pretexto de este libro, buscamos en Arequipa, durante el Hay Festival, al también autor de “Caballos de medianoche” (colección de relatos imprescindible que acaba de ser reeditada), “Una mujer no hace un verano” y “Algo que nunca serás”. Con ustedes, el gran “Willy” Niño.


Dices que hay muchos vínculos entre la literatura y la tauromaquia.
La tauromaquia se asemeja a la literatura en tanto escribir es una manera de lidiar contra la finitud de la condición humana, es decir, contra la muerte. Siempre he pensado que no debería haber rivalidad entre los escritores, pues cada escritor es como un torero: un torero no compite contra otro, su combate no se da en un ring de box o en match de tenis, sino lidiando solo, en la plaza, contra un toro. Además, cada corrida es distinta y, en el caso del escritor, cada libro también lo es. Ese toro simboliza sus fantasmas, sus demonios, todo aquello que yace en el fondo de sí mismo.
También significa salir de su zona de confort y enfrentarse a lo imprevisible.
Sí. Escribir implica un conflicto permanente. Siempre he pensado que el escritor que intenta hacer cada vez mejor su trabajo debe tomar riesgos. Como decía el escritor norteamericano Denis Johnson, “uno debe escribir como si en lugar de usar tinta usara sangre”.
¿Cuál es el riesgo de un escritor, cuál es su “peligro de muerte”?

El silencio. Llegar a perder la fe en la escritura. Para mí la literatura nunca fue un divertimento sino una razón de vida, una tarea que le da sentido a mi existencia. Tampoco quiero parecer serio o rimbombante, porque la literatura también puede ser un gran placer y, en mi caso, esto se refiere más al acto de leer que al acto de escribir. Borges decía que la lectura es una de las formas de la felicidad.

Borges se enorgullecía más de lo que había leído que de lo que había escrito. Y García Márquez, más de lo que había desechado que de lo que había publicado. Tus lectores exigimos más líneas tuyas, pero acaso tu actitud sea la de García Márquez…
Es verdad que publico poco, pero esta situación nunca me ha preocupado por la sencilla razón de que no me interesa, como les pasa a algunos colegas, publicar solo con la intención de estar en el candelero. Como no soy un autor de novelas, no tengo la oportunidad de soñar con ganar dinero gracias a mis libros o recibir un premio cuantioso. Yo me dedico a escribir relatos. Lo más honesto que puedo hacer es publicar mis cuentos cuando siento que ya no puedo corregirlos más. Puedo darme ese lujo porque sé que no voy a ganar un centavo con mis cuentos (risas).
Eres lector, melómano, taurino.
También soy un cinéfilo. Junto con la literatura, el cine es lo que más me apasiona. He escrito guiones para cine, para series de televisión. Sin embargo, creo que la literatura es superior al cine, y lo es porque en el cine la sensación de la realidad, de verosimilitud, es muy grande; el director te lo da casi todo. En la ficción, en cambio, la gracia está en que el lector se vuelve un mayor recreador que el espectador cinematográfico. Es decir, su tarea es más compleja, más intensa, más profunda. El lector de una novela, de un cuento, tiene que desarrollar una capacidad imaginativa superior para poder crear en su mente aquello que describe el autor. Esta exigencia transformada en capacidad convierte a un lector en un creador. El libro solo está completo cuando llega al lector. Sin embargo, cada lector tiene una versión distinta de la ficción que ha leído, sus propios escenarios, sus propios ambientes, sus propias atmósferas. Recuerdo que Hollywood quería comprarle los derechos de “Cien años de soledad” a García Márquez. Este pidió una cifra astronómica. Hollywood no aceptó. Años después, el actor Anthony Quinn ofreció pagar esa cifra. Gabo pidió el doble. Quinn se molestó y lo mandó al diablo. Años después, García Márquez explicó las razones de su negativa: no quería que las generaciones posteriores se imaginaran a Aureliano Buendía con la cara de Anthony Quinn (risas).
Leer es un acto creativo. ¿Dónde está la creatividad en el melómano?
Le agradezco a la literatura haber despertado en mí dos grandes pasiones: la tauromaquia y el jazz. A la tauromaquia llegué gracias a Hemingway. Quería saber por qué le fascinaba tanto a este gringo el mundo de los toros, una fiesta tan ajena a su mundo. Eso fue hace más de 50 años, cuando era estudiante y apenas podía comprarme el abono más barato. En Acho conocí a “viejos entendidos”, quienes nos iban ilustrando y, a la vez, aleccionando. El otro día pretendieron callarme porque fui con un amigo alemán que nunca había ido a los toros. Él preguntaba y yo le explicaba lo que pasaba en el ruedo. La gente cercana se molestó como si esa información fuese secreta, propia de una secta. Les tuve que explicar que la tradición consistía en explicar en qué consistía la fiesta y, así, ganar nuevos aficionados. Entonces, me di cuenta, recordando mi juventud, que yo me había convertido en “el viejo entendido” (risas).
¿Cómo llegaste al jazz?

Yo, como la gente de mi generación, era rockero. En eso, leí “El perseguidor”, el notable relato de Julio Cortázar sobre Charlie Parker. “¡Qué es esto!”, me dije y quise saber de qué trataba esa música, una de la que, hasta entonces, solo había leído. Fui a una discotienda del Jirón de la Unión y encontré un disco de Charlie Parker. Por entonces, llegaban pocos discos de jazz al Perú y, además, eran carísimos. Junté mis ahorros y lo compré. Lo puse en mi tocadiscos, lo escuché y me dije “¡qué es esto!”. Pensé que me habían timado, que me habían estafado, que me habían dado un disco fallado. Sucede que no era una grabación de estudio, sino una grabación hecha por un aficionado en un club. Todo estaba lleno de ruido, de voces, de interferencias. Como yo era joven e inexperto, no sabía que esta era una práctica habitual en el jazz. Por esa época, me inscribí en la biblioteca del Centro Cultural Peruano Norteamericano, que estaba en el Jr. Cuzco, y allí, además de libros, te prestaban discos, y tenían una buena colección de discos y libros de jazz, que yo me llevaba a casa. Así pude perfeccionar mis gustos, y hoy creo que ese primer disco de Charlie Parker, el que consideré fallado, es el mejor que tengo (risas).

Dices que a Bryce le envidias el hecho de que él sí haya tenido el valor de tomar las botas de Hemingway y ponérselas…
(Risas). La metáfora dice que uno tiene que meterse en los zapatos del otro para comprenderlo, para saber qué ha vivido y por qué hizo lo que hizo. Me perdí esa experiencia.
Cuentas que has escrito en la máquina de escribir de Vargas Llosa. ¿La conservas?

No, no es mía, solo me la prestaron (risas). Iba a la casa de Mario, en Barranco, a escribir algunos guiones, y allí me la prestaban (Vargas Llosa colaboró y escribió algunos guiones de “Gamboa”, la serie policial peruana que tuvo a su cuñado Luis Llosa como productor y director de algunos episodios). Esa máquina es una pieza de museo y ojalá fuese mía (risas).


FOTOS: Zaid Arauco Izaguirre

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