Gabriela Wiener ganó prestigio en el mundo literario gracias a sus poderosas crónicas, aquellas donde se sumergía, en cuerpo, escritura y alma, en aquello que narraba. “Periodismo gonzo”, le llaman algunos. Hace cuatro años, se instaló en terrenos de la ficción, con la publicación de su primera novela, “Huaco retrato”, donde, a partir de la llamada “literatura del yo” hace una especie de psicoanálisis. Allí explora sus orígenes, los dramas familiares y su propia vida… o al menos de su protagonista, alguien con su misma historia de vida.
Con “Atusparia” sale de ese terreno. Aunque el libro conserva elementos autobiográficos, sus preocupaciones son mas sociales, colectivas: mostrar un fresco del Perú de los 80, 90 y del presente, con una pequeña predicción de lo por venir en un futuro inmediato.
Con residencia en España, vino al Perú a presentar la novela. Nosotros la entrevistamos en Arequipa, donde fue una de las invitadas especiales del Hay Festival. Aquí su potente, y política, voz.
- Háblame de la utopía en “Atusparia”.
- “Atusparia” es un libro romántico, romántico en el sentido mariateguista. Mariátegui decía que sin los impulsos románticos no habría empezado ninguna revolución. La utopía siempre está como horizonte, como un elemento casi religioso. Si nos ponemos a hablar racionalmente de las cosas, es probable que todo nos parezca imposible. Sin embargo, como mi novela busca recuperar esa memoria política y afectiva de los movimientos sociales de los años 70 y 80, que eran movilizados por la utopía, entonces, gana su espacio como respuesta a ello, también porque hemos vivido unos años de sentirnos “acomplejados” por ser de izquierda. Esto se grafica en que dejamos de utilizar un lenguaje que antes tenía sentido; por ejemplo, “antimperialista”. Hoy su uso nos resultaba anacrónico… como si los imperios se hubiesen terminado. Recuerdo que, de chica, salía a marchar por la libertad de Palestina y hoy lo sigo haciendo, solo que de niña había la noción de la “hermandad de los pueblos” o de “justicia social” o de “compromiso”, situaciones y palabras que hoy nos horrorizan, a pesar de que son urgentes. Es decir, más allá de las palabras, que pueden ir y venir, los ideales que tienen que ver con lo utópico son el motor de los cambios. Esto a pesar de que las historias recientes de la izquierda en nuestros países son historias fallidas, que no tienen continuidad, estallidos que luego no tienen una dirección política.
- La izquierda está en retirada…
- La izquierda está a la defensiva, replegada. No es para menos, pues la artillería en su contra es pesada. El poder busca acallarla, encerrarla.
- La derecha dice que hoy le toca dar la “batalla cultural”.
- La lucha feminista, por ejemplo, es una tendencia. Eso se nota en la cultura, en la sociedad, donde ha tenido un gran impacto. Claro, hay un movimiento reaccionario, brutal y bestial frente a esto. Cuando pensábamos que ya había una hegemonía en algunos aspectos sobre los derechos de las mujeres, nos dimos cuenta de que había que seguir peleando. A veces el feminismo cava su propia tumba cuando aparecen mujeres como Dina Boluarte. Además, hay un feminismo racista, clasista, tránsfobo. Muchas veces, tenemos el enemigo en casa. Por eso, más que una cuestión de género, la resistencia tiene que venir de abajo. Hoy, lo más interesante sucede en los movimientos indígenas y de defensa de la tierra, que son la vanguardia de la democracia. Por ejemplo, ellos fueron quienes pelearon en Puno y, por ello, fueron asesinados. No soy politóloga, pero el movimiento indígena peruano es lo más interesante que nos ha pasado en los últimos meses. Hay esperanza, hay un momento prometedor, potencialmente revolucionario.
- En ese sentido, una de las grandes frases de tu libro es la siguiente: “Un corazón tranquilo jamás cambiará el mundo”.
- Imposible tener el corazón tranquilo. Yo pienso también en la revolución de los afectos, de aquella que podemos hacer hacia adentro; de los espacios donde creamos, militamos y hacemos política. Espero que la novela pueda leerse así, como una muestra de todo lo revolucionario que podemos hacer a partir de nosotras.
- En “Atusparia” también hay distopía. La usas como elemento literario…
La cárcel de mujeres de la novela está inspirada en el Sepa, la prisión que funcionó en la selva hasta 1992, y donde se encerró a muchos políticos. Algunos de los presidentes de nuestra democracia última, esa que nos resulta horrible y de mentiritas, querían reabrirla. En la novela ya ha sido reabierta y encierra a presas políticas. Parece una distopía, pero algo así podría suceder ahora, se le puede ocurrir a Dina Boluarte. El futuro que muestra la novela es cercano, muy parecido al presente, pues pretende ser una denuncia y una advertencia de lo que podría suceder.
- “Atusparia” también es una novela de amor y de traición…
- Quería contar cómo en los sucesos a gran escala (políticos, históricos) hay muchas pequeñas cosas que determinan el rumbo de lo por venir. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre el amor, sobre el deseo, sobre el deseo disidente. En “Atusparia” están mis temas, mis obsesiones, las cosas que me representan, mi visión del mundo. Es un libro que habla de la historia política de la izquierda peruana, pero contada desde sus protagonistas mujeres y disidentes. Quería contar cómo se rompen los movimientos que buscan el cambio desde el amor. Yo he visto a compañeras y compañeros separándose, y ese acto parte un movimiento, rompe el fuelle; en el caso de “Atusparia”, el de una revolución en marcha. A veces, por caer en el caudillismo, algunos movimientos pierden el camino. En “Atusparia” también hay reproche y una traición amorosa que origina tensión política.
- Se te conoce por tu “literatura del yo”.
- Para darle vida a “Atusparia” he triturado y mezclado. He roto con mi propia tradición de escritura, que ha sido siempre autobiográfica. En este libro me alejo de ello de manera radical. Claro, hay referentes reales –el colegio existió, allí estudié– pero solo sirven como punto de partida. He dicho que “Atusparia” es mi “novela rusa”, pero más allá de la humorada con ella quise jugar un poco con las tradiciones de las que venimos: novelas ambiciosas, novelas totalizadoras, novelas de vanguardia… como las de Vargas Llosa, García Márquez o Faulkner. Sin duda, hay mucho de juego estilístico. Yo tenía un problema con la voz. Venía de una voz muy identificable, que quise sacar. Quizás quedan rezagos en el personaje de Atusparia adulta, pero tuve que aprender a darles voz a personajes distintos a mí. Por eso, uso formatos distintos: hay un capítulo donde una alpaca habla, también hay una entrevista periodística a una política de izquierda, la voz de una guerrillera, un parte policial, discursos reales, etcétera.
- El capítulo sobre Asunción Grass me parece el mejor, y como personaje, el más logrado…
- Ese capítulo lo escribí de un tirón y de una manera apasionada. Es un vómito, un fuego saliendo. No podría decir que soy Asunción, pero en su voz reconozco elementos míos. Ella es una revolucionaria, una guerrillera; por eso, es visceral. En ella también hay despecho… a lo Shakira (risas). El otro personaje, Atusparia, en cambio, nunca habla de Asunción en términos apasionados, nunca habla de su amor ni de su relación. En ella, todo está velado. En el caso de Asunción, su palabra brilla por ser honda. Pero también tenemos la voz naif y risueña de la Atusparia niña; el realismo sucio del capítulo “La Resi”; o una parte más lírica y alucinada y claustrofóbica; la de la cárcel en la Selva. Cada capítulo tiene un tono, un estilo, una emoción… política, eso sí.
- ¿Cómo se escribe un capítulo como el de “La Resi”?
- Con mucha vida, viviendo mucho (risas). Tiene elementos de mi adolescencia. Allí hay vitalidad, sé de lo que hablo, no imposto nada; sale todo de una experiencia real y dura. Narro anécdotas que me parecían novelescas, que había contado siempre en bares, en la cama a mis amantes; historias que me encantaba contar y que, hasta hoy, no aparecían en un libro mío. Por ejemplo, que tuve un novio que criaba un tigrillo, algo surrealista, pero que pasó. Todo esto es oro para un escritor; luego, solo nos queda escribir. Cada capítulo de la novela tiene un tiempo, un espacio; todo está geolocalizado (risas); su propio color, su propia música, su propia atmósfera.
- Luego de leer “Atusparia” dan ganas de ir corriendo a leer a Scorza…
Sí. Scorza es más difícil de leer, pero hay que hacerlo. Estamos en un momento donde los movimientos indígenas y de defensa de la tierra son la vanguardia de la resistencia. Ellos van a escribir los próximos capítulos de nuestra historia… y sino los van a masacrar, como siempre, pero marcarán nuestros días. Por eso, antes que a Túpac Amaru yo reivindico a Atusparia o a Rita Puma. Esa potencia revolucionaria ya había sido contada por Manuel Scorza, quien no solo decidió contar el mundo andino desde su poesía y su lírica y su colectivismo, sino que enarboló en primera línea las gestas sociales y campesinas. Hoy tenemos a escritoras jóvenes que han leído a Arguedas, que han leído a Scorza; un cambio de hoja de ruta que nos obliga a repensarnos, a salir de una escritura individualista y neoliberal, una literatura ya agotada. Hoy está de regreso la épica.
(FOTOGRAFÍAS cortesía de Natalia Grande)