“La literatura implica moldear una historia, darle forma y, sobre todo, saber contarla, de tal manera que resulte hermosa o placentera para el lector. Al inicio, quizás no sepamos qué tenemos que decir ni cómo, pero nuestra apuesta debe ir siempre hacia la persuasión”, nos dice Abdulrazak Gurnah, el escritor africano nacido en Zanzíbar (Tanzania), quien, a los 18 años, por la violencia política de su país, tuvo que migrar hacia Inglaterra, donde desarrolló su carrera académica y literaria.
Profesor de la Universidad de Kent, en 2021 recibió el Premio Nobel de Literatura según el jurado sueco “por su conmovedora descripción de los efectos del colonialismo en África y de la suerte de los refugiados, en el abismo entre diferentes culturas y continentes”, situación que se refleja en sus obras más celebradas: “Paraíso” (candidata al Booker Prize), “A orillas del mar”, “Deserción”, “Afterlives” y otras más.
Estuvo de visita en el Perú para ser parte del Hay Festival Arequipa, que así celebró sus primeros 10 años. Ah, también recibió un merecido Doctorado Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Aquí algunas reflexiones sobre la literatura y su oficio.
- ¿Cuánto ha influenciado la literatura oral en su escritura?
- Crecí con las historias que se contaban en mi hogar. Por lo general, eran las mujeres quienes las contaban. A medida que fui creciendo, escuché muchas historias en las calles, en la escuela e, incluso, en mi escuela del Corán. Entonces, gente contando historias era algo muy común en mi entorno. Ahora, no pensaba en eso como “literatura” o algo parecido, sino solo como personas que hablan, pues a las personas nos encanta hablar, nos encanta contar historias. Con el paso del tiempo, esas historias han tenido un papel importante en mi vida. Esas historias son una manera de expresar nuestra visión de las cosas, nuestra cosmovisión del mundo. A veces no nos damos cuenta, pero a través de estas historias es como comprendemos el mundo. Entonces, la oralidad ha sido muy importante porque, además, así evitábamos cierto colonialismo, la dependencia de otras narrativas poderosas, las predominantes en el mundo: las de Europa, las de Norteamérica. En este contexto, a pesar de que al inicio no era consciente de su poder, estas historias cotidianas resultaron muy útiles para mí, para mi entorno, pues se convirtieron en una forma de resistencia. Estoy seguro que fenómenos similares también se han desarrollado en Perú: acá llegaron los españoles con su narrativa, pero acá ya había pueblos con sus propios relatos. Por eso, a pesar de que usted habla de una “literatura oral”, para mí son “historias”.
- ¿Ve a su literatura como un vehículo para hablar de los marginados y de su resistencia?
- Sí, pero esto no me convierte en alguien peculiar. Incluso en la literatura inglesa hay muchos casos similares que hablan de personas comunes y corrientes. Es el caso, por ejemplo, de Dickens: sus historias son como una comedia. Por otro lado, el fin de la literatura es cuestionar, es cuestionarnos. Por eso, hay que leer con sentido crítico a todos los autores, reconociendo que puede haber otras versiones del mismo relato.
- Viene de un país donde prima la multiculturalidad, donde la cosmovisión no es una sino varias…
Nuestro papel había sido el de receptor de otras narrativas, es decir, otros nos decían quiénes éramos. Me explico: Europa contaba su visión del colonialismo, pero esta versión era incompleta, parcial. Entonces, para mí resultaba fundamental señalar otra perspectiva, otra forma de contar y, sobre todo, entender esa historia. Y esta versión tiene, por supuesto, nuestras particularidades, nuestra visión del mundo. No necesariamente decimos que las otras versiones mientan, sino que nosotros tenemos otra versión de los mismos eventos. Conocidas todas las versiones, ¿podemos afirmar cuál es la verdad? Quizás no, pero nuestro entendimiento será más completo.
- En terrenos literarios, ¿haber vivido un suceso nos da las herramientas suficientes para contarlo mejor?
- La literatura no trata solo de entregar lo que está en nuestra cabeza, de contar lo vivido. La literatura implica moldear una historia, darle forma y, sobre todo, saber contarla, de tal manera que resulte hermosa o placentera para el lector. Al inicio, quizás no sepamos qué tenemos que decir ni cómo, pero nuestra apuesta debe ir siempre hacia la persuasión. Dicho esto, puedo volver a su pregunta: la experiencia directa no asegura una buena literatura. Sin embargo, si uno es de un lugar específico, si tiene el talento para escribir y resulta persuasivo, pues es probable que el relato resultante sea hermoso, superior al de alguien de fuera sin las mimas herramientas, sin las mismas experiencias, sin el mismo conocimiento.
- Proviene de África, pero ha sido formado en Inglaterra. En ese contexto, ¿se siente heredero de la tradición literaria occidental?
- Si vemos mi trayectoria académica podemos afirmar, sin duda, que pertenezco a la tradición occidental. Sin embargo, creo que he aportado algunos elementos que no formaban parte de ese corpus literario. Mi aporte ha sido la pluralidad, la dinámica de una multiculturalidad que se expresa en todos mis textos. Yo soy heredero de Shakespeare, de Dickens, de Tolstoi, pero también de García Márquez.
- Dicen que, para sentirse universal, un escritor del Tercer Mundo no solo debe conocer su tradición sino empaparse de las literaturas de todo el mundo, sobre todo las dominantes, la anglosajona, la francesa, la alemana…
Yo diría que el oficio de escritor exige dinamismo. Desde mi experiencia puedo decir que hoy los escritores, sin importar su origen, tienen una curiosidad mayor y hasta un profundo interés en literaturas ajenas a su entorno, a sus tradiciones.
- Leyendo “Paraíso” sentí que tiene una especial sensibilidad para narrar las vivencias de los jóvenes, de los adolescentes…
- Sí, pero creo que trato de dar versiones verosímiles de todo mi espectro de personajes, empezando por los niños. Para un escritor, es fundamental el conocimiento y, sobre todo, la comprensión del ser humano en todas sus facetas, en todas sus edades. Los niños, no solo en nuestra cultura sino en otras, muchas veces se convierten en vehículos de intercambio, en posesiones mercantiles. A veces se los entrega como siervos o son comercializados entre dos adultos, tal y como cuento en “Paraíso”. En esa novela me planteé, entre otras cosas, mostrar las relaciones que se establecen entre un patriarca y un niño, entre un amo y un siervo, entre un patriarca y una mujer. Y acá volvemos a su pregunta anterior sobre la experiencia como elemento para construir historias: he sido un niño, he sido un hijo, y luego he sido padre. Entonces, eso me ha ayudado, sin duda, a forjar esa “sensibilidad narrativa” de la que usted habla.
- ¿La inteligencia y la sensibilidad son los elementos esenciales para un buen escritor?
- Sí, pero no son los únicos. Yo agregaría algunos más, por ejemplo, la capacidad para sentir empatía y ponerse en los zapatos del otro y, en ese proceso, entenderlo. Yo abogo por la diferencia, no todos debemos ser iguales, pero el cuidado, la capacidad de comprender al otro, de entender sus motivaciones y evitar las conclusiones apresuradas son cualidades necesarias en todo buen escritor.
- Y capacidad para comprender al otro se requiere para construir una novela poderosa, diversa, múltiple, como “Paraíso”…
- Muestro un escenario que es variado, multilingüe, multicultural, multirreligioso, con personas explotadas durante siglos. Entonces, lo “inventado” allí es muy poco. Eso sí, tuve que potenciar mis sentidos, escuchar con más atención para lograr que una historia así, por la potencia de los hechos, no resultase maniquea y, por el contrario, cobrase vida, nervio, verdad.
- Usted tuvo que salir de su país, pero su país nunca salió de usted…
Así es. Se quedó en mi cuerpo, se quedó en mi memoria, una memoria que no desaparece. La memoria está, uno puede acudir a ella o no. He tratado de distinguir entre recordar, un proceso basado en la voluntad, y el observar. Sí, uno puedo recordar, tener memoria, pero, para escribir es más importante ser un agudo observador.
(Fotos: Zaid Arauco Izaguirre)