#ElPerúQueQueremos

“El valor del vino no está en su precio sino en la compañía”

Juez de las más prestigiosas publicaciones de la industria del vino, y hoy asesor de bodegas en Chile y Argentina, el sumiller chileno Héctor Riquelme llega a Lima para dirigir la Premiun Tasting, evento top en terrenos enológicos. En esta charla habla sobre la sensibilidad inherente al universo de los tintos y blancos.

Publicado: hace 21 horas

Héctor Riquelme es uno de los grandes sumilleres de Chile, América Latina y el mundo. Y lo es no solo por sus conocimientos oceánicos en cuanto a vinos, sino por su don de gente, por su sensibilidad, por su calidez. Ojo, eso no significa que ejerza la diplomacia cómplice, tan común en el mundo gastronómico, sino que sus certeras e informadas opiniones están basadas en una sólida trayectoria y, repetimos, en un saber omnívoro.

Juez durante más de una década de la guía Descorchados (la más importante de América Latina), de la revista inglesa Decanter (ícono en el mundo de los vinos) y asesor de bodegas, restaurantes y hoteles top, Riquelme llega a Lima para dirigir la Premium Tasting, uno de los eventos más importantes del mundo del vino en América Latina, pues reúne, en un solo lugar, a más de 30 bodegas (con sus enólogos), quienes muestran allí sus vinos alta gama, aquellos que han sido evaluados por diversos jurados con puntajes superiores a los 90 puntos, lo que asegura su calidad.

La Premium va este viernes 27 en los jardines del Country Club Lima Hotel, y aún se pueden adquirir las entradas en Joinnus. Mientras la cata llega, escuchemos el conocimiento transformado en sensibilidad y palabras del gran Héctor Riquelme.


Tienes más de 25 años de sumiller…
Soy penquista, es decir, nací en Concepción, a 500 km. al sur de Santiago de Chile. Estudié Administración de Hoteles y Restaurantes. Empecé en el oficio de sumiller en 1998, en el desaparecido Crowne Plaza, de Santiago de Chile. Mi profesor de sumillería era muy malo. Sus clases consistían en repetir, como un loro, lo que las bodegas ponían en la contraetiqueta de sus vinos. Un día lo descubrí, pero, en vez de desilusionarme y cambiar de oficio, busqué nuevas formas de comunicar el vino. En esa tarea me inspiré en mi padre, pues en mi casa siempre hubo vino, mi padre tenía esa afición.
¿Cómo hablaba del vino tu padre?
Se alejaba de los tecnicismos de las etiquetas que recibía en la escuela (risas), de los análisis organolépticos: “aromas de casis, notas a regaliz, pichi de gato, perro mojado, sotobosque”, descriptores totalmente alejados de nuestra cotidianeidad, de lo que conocíamos en Concepción. Yo sentía otras cosas, algo más cercano a las palabras que usaba mi papá: él hablaba de nuestra despensa, de las frutas frescas que crecían en mi pueblo, del mar y su cercanía, de la humedad del bosque, etcétera.
La jerga de los sumilleres persiste. Quienes la usan demuestran cierta complacencia e impostura, pero hay algunos, los mejores, que buscan salir de eso…
(Ríe). Algunos hemos ido construyendo un lenguaje que busca llegar de manera más fácil, más amable, al consumidor, porque esa es la tarea de todo buen sumiller: ser un puente válido entre el productor y el consumidor. El vino debe tener un lenguaje propio, sí, pero este debe estar más cerca de la poesía, pero no una misteriosa, recargada, sino más coloquial, más cercana al lenguaje cotidiano. Es decir, hablar desde la cercanía, desde el día a día, desde el humor… como los “antipoemas” de Nicanor Parra. Ojo, esto no significa ser liviano, al contrario, debemos entender que nuestra tarea es comunicar para que la gente beba más y, sobre todo, mejor. La tarea de un sumiller es trasladar la magia que el productor logró en su vino, esa geografía líquida, hacia el consumidor. Este acto, para mí, es poético.
¿Qué vinos tomabas en tu niñez: los elaborados con variedades criollas o ya se habían impuesto los Cabernet Sauvignon y los Merlot de las grandes bodegas?
Ambos. Mi abuela Martha me enviaba a comprar vino pipeño al almacén cercano a casa. Se llaman “pipeños” porque eran trasladados en “pipas”, es decir, barriles de raulí (roble chileno), desde donde se producían, la zona de Itata y sus alrededores, hacia ciudades como Concepción. Los almaceneros los “bautizaban”, los “hacían rendir”, es decir, les agregaban agua (risas). Mi abuela siempre se enteraba del arribo de los vinos, entonces, me enviaba al almacén antes de que los bautizaran (risas). Compraba, sobre todo, vino blanco, hecho con la cepa Moscatel de Alejandría y sus pieles. Ese recurso que hoy se utiliza mucho, el de la maceración con pieles, ya era usado por los antiguos productores chilenos, quienes hacían vinos naranjos gracias a este contacto pedicular. ¡Fueron unos pioneros! Mi padre, siempre rebelde, también llevaba a casa los vinos de Concha y Toro (que, entonces, se producía en Pirque Viejo, un lugar que respeto mucho), de Cousiño Macul, Miguel Torres y otras bodegas grandes.
Estuviste, con Patricio “Pato” Tapia, en Descorchados, la guía de vinos más importante de Chile y América Latina. Has sido juez de Decanter, la importante revista inglesa. Asesoras a bodegas, hoteles y restaurantes. ¿Cuántos vinos catas por año?
(Ríe). En mis años en Descorchados, en Argentina catábamos unos 1500 vinos; en Chile, 1300; en Uruguay, 600, más todos los del resto del mundo. Imagino que entre 6 mil y 7 mil vinos por año. ¡Un chingo de vino!
Una fortuna ha pasado por tu boca…
He bebido Romanée Conti, Château Lafite y otros más, pero, hoy, para mí, el valor del vino no está en su precio sino en la compañía y en el acto de compartirlo. Recuerdo los vinos que juntos bebimos en Mendoza, con gente muy querible de Jardín Oculto (bodega boliviana), Altos Las Hormigas (bodega argentina) y, claro, esa botella de Per Se (uno de los grandes vinos argentinos) que nos encantó (Risas).
Sin embargo, hay que probar los grandes vinos del mundo…

Claro, como sucede en la literatura, hay que leer a los grandes autores como Joyce, como Faulkner, como Kafka, pero también reconocer que, más cerca, en tiempo y espacio, hay otros autores, gente como Bukowski, Bolaño y Alejandro Zambra, de quien estoy leyendo ahora “Poeta chileno”.

¿Cómo fuiste construyendo tu amor por los vinos latinoamericanos?
Uno siempre vuelve a casa. Además, siempre hay que buscar el factor sorpresa y, en algún momento, el mirar a las raíces para mí significó esto. Así aparecieron en mi universo el Bio Bio, Itata, Gualtallary, Altamira, La Patagonia y tantas zonas más. Es decir, la curiosidad y el factor sorpresa son indispensables en un sumiller.
¿Crees que Itata y el Bio Bio están dentro de las grandes regiones del vino en el mundo?
Yo hablo de vinos de luz. Es decir, de variedades que nos iluminan; de vinos luminosos, de vinos eléctricos, de vinos vibrantes, de vinos energéticos, de vinos con textura. Estos términos los empezamos a usar con ese buen compañero de viaje que fue el “Pato” Tapia en Descorchados, hace varios años ya, pero siguen vigentes. Y hablando de cepas criollas, la País es una variedad que tiene una luz hermosa, rústica, pero preciosa.
Cuando se dice que un vino “es la expresión de un paisaje”, ¿qué sientes?
Antes, el hombre de vino se dedicaba a estudiar mucho el clima, la vid y el agua; es decir, la parte aérea; pero la parte subterránea había sido descuidada. Allí estamos “al debe”. Mientras menos sepamos del suelo, no podremos decir que un vino es la “expresión de un paisaje”. Hay quienes lo están haciendo, claro, pero aún falta mucho para encerrar esa “geografía líquida”, ese lugar. Por otro lado, la viña vieja es muy importante. Si hace 200, 100, 40 años, alguien plantó una viña, y esta se adaptó y desarrolló con excelencia, pues allí hay un arraigo, un sentido de pertenencia. Eso es muy bonito y, si alguien lo sabe interpretar, pues sí, tenemos un vino convertido en la “expresión de un paisaje”.
¿Por qué es importante un evento como la Premium Tasting?
Porque necesitamos comunicar el vino. Las ventas están cayendo. La gente se ha trasladado a la cerveza, lo que no tiene nada de malo, o a los cocteles. Por eso, debemos salir de nuestro pequeño círculo y cautivar a nuevos consumidores, y a los antiguos demostrarles que siempre hay algo por descubrir. La del vino es una cultura hermosa pues significa compartir, estrechar lazos. Por eso, la Premium Tasting es una verdadera fiesta del vino porque, además, tiene un espíritu amplio: se hace en Mendoza, en Buenos Aires, Santiago, Lima y se llegó a hacer en Brasil.
Además, la Premium, donde solo se catan vinos latinoamericanos, es la demostración tangible de que por acá se hacen grandes vinos…
Estamos haciendo vinos muy lindos en Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia, Perú, Brasil. El vino es una infinita diversidad, y lo que hoy sucede en América Latina es muy bello. Hemos crecido muy rápido en cantidad y calidad. Algunos de nuestros productores ya tienen una voz, y dialogan de tú a tú con los grandes productores del mundo.
¿Cómo es tu conexión con el Perú?
Tú me has llevado por el mal camino (risas). Mi conexión con el Perú es innata, fue un flechazo inmediato, tremendo: somos gente del Océano Pacífico, gente de mar, de cordillera, con grandes culturas precolombinas. Compartimos los Andes, la despensa, la historia. Y claro, ustedes tienen una inmensa cocina, desde sus huariques hasta el restaurante ranqueado… y a los gorditos es fácil conquistarnos con la comida (risas).

Escrito por


Publicado en

Para Comerte Mejor

Un tributo a la gastronomía