Conocí a Zaid por Internet y le debo nuestro amor a una copa de vino y a un capitán. Les cuento. Llevábamos días conversando por Facebook, y ante su inicial reticencia para vernos cara a cara, le dije: “Atrévete. Conozcámonos. Si nos aburrimos, nuestra cita durará lo que dure tu copa de vino o mi capitán”. Se rio con mi humorada y accedió. Desde entonces, siempre hemos reído y nos hemos bebido bodegas enteras de vino y pisco… y si nuestro amor dura lo que hemos bebido y vivido y comido, será para siempre.

Así empezamos. Pero así como debo agradecerle al vino, al pisco que hoy Zaid y yo estemos juntos, también debo reconocer que nuestro cariño se ha ido cimentando, además de nuestro mutuo amor, por las cosas que nos gusta hacer juntos. Comer y viajar, por ejemplo.

“¿Qué más podrá ofrecerme este gordito además de comida y alcohol?”, se preguntaba Zaid. Entonces, le pedí que viajásemos a Cajamarca, para que conociese a mi familia y el precioso lugar donde nací. Volvió a dudar. Mi respuesta fue tajante: “Igual compraré los pasajes, si te desanimas solo perderé unos pocos dólares, y creo que tu cariño vale más”. Es verdad, soy un cursi, me gusta usar este tipo de frases categóricas y tramposas.

Zaid se subió al avión y lo primero que hice al llegar fue llevarla a comer sopa de criadillas de toro, y sesos de cordero, dos delicias cajamarquinas que hay que ser valientes y muy sibaritas para disfrutar. Zaid venció sus miedos, su rechazo inicial y hasta pidió yapa. Cuando la vi saborear esos platos supe que había encontrado a mi pareja ideal, a una mujer capaz de superar toda prueba por cariño, un cariño que pronto, muy pronto, se convirtió en amor.

A ese viaje al corazón profundo del Perú le siguió otro a París. Ella lo había programado antes de conocerme. Yo averigüé el día de su partida, su número de vuelo y compré mis pasajes para el mismo día y en el asiento contiguo. Digo, yo no iba a permitir que ese mujerón se fuese sola… ¡¡¡A PARÍS!!! Y a París nos fuimos con escala en Burdeos y Barcelona. Y allí, paseando por Notre Dame, la Torre Eiffel y la avenida Montaigne, recorriendo los idílicos viñedos bordeleses y comiendo en restaurantes mediterráneos, terminamos de pulir nuestros afectos, nos enamoramos más y apenas volvimos a Lima, nos fuimos a vivir juntos. Solo llevábamos cinco meses juntos: nunca una copa de vino y un capitán habían durado tanto.

Y poco después nos fuimos a Costa Rica, a alucinarnos con sus playas turquesas, con su selva de lava y con sus atardeceres de fuego. Y allí, buceando por nuestros afectos nos metimos al mar, nos arrastró una corriente, yo no supe salir de ella, y Zaid, por puro amor, tomo valor, sacó energía de su herencia cerreña y de su corongonitud, volvió sobre sus pasos y me salvó la vida.

Pero quisimos pisar tierra, salir de nuestro mundo idílico y decidimos irnos a vivir juntos, a enfrentar la dura realidad. En los varios años que llevamos juntos, hemos tenido desencuentros pero nunca nos hemos mandado al carajo… Bueno, debo agradecerle a Zaid su paciencia, porque, otra vez, quienes nos conocen saben que la santa es ella. Debe ser una tarea titánica eso de soportar mi carácter… y mis ronquidos.

Zaid es una mujer valiosa y, por eso, también difícil de conquistar. Quizá mi mérito ha consistido en saber leer sus inquietudes, su sensibilidad. La he visto llorar viendo un Picasso, tener un orgasmo comiendo una trufa, convertirse en adolescente en un concierto de los Rolling Stones, recomendarme ilusionada un libro de Philip Roth, emocionarse con una película de Scorsese y contagiarme su debilidad por las series de televisión más escabrosas.

Y así fueron pasando los meses, y un día, en otro de nuestros viajes, decidí pedirle que se casase conmigo. Empezamos a salir y nos casamos en abril. Escogimos ese mes por contreras, para demostrar que el poeta Eliot se equivocó: Abril no es el mes más cruel sino el más dichoso, al menos para nosotros. En abril empezamos a querernos, en abril empezamos a viajar, en abril nos casamos.

Pero ella nació en setiembre. Y vaya que ese mes ha sido un suceso.

Y yo sé que vendrán setiembres mejores, pero también eneros y febreros y marzos portentosos, y abriles y mayos y junios inolvidables, julios y agostos de locura, y octubres, noviembres y diciembres de pasión.

Porque quizás sea un accidente que nos guste tanto viajar, comer y beber.

Porque quizás sea un error nada estadístico, sino afectivo, que sigamos juntos.

Porque quizás mi accidente reciente me ha llevado a comprobar, una vez más, su amor incondicional, infinito, inmerecido.

Pero lo que no es un accidente, y resulta una certeza plena, es que gracias a Zaid soy una persona con buena estrella, que gracias a un vino y a un capitán conquisté a la mujer más hermosa y valiente y paciente (conmigo) que por mi mundo jamás ha transitado.

Feliz cumpleaños, Zaicita. Prometo estar atento a las lecciones de estos días y cuidarme más, mucho más, pues, como me has exigido: "huevón, me tienes que durar".