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“El cine me hizo redescubrir al Perú”

MaryJiménez es una de nuestras mejores cineastas. Audaz y pionera, antes de que se pusiese de moda la “autoficción”, su trabajo ya transitaba entre el testimonio autobiográfico y el documental. Acaba de ser homenajeada en el Festival de Cine de Lima de la PUCP.

Publicado: 2024-08-16
Vive en Bélgica hace más de 40 años. Allá se hizo cineasta, allá forjó su carrera, allá pudo vivir en libertad. Sin embargo, el Perú siempre ha estado presente en su obra, tanto en sus historias íntimas, personales, familiares, como en sus dramas sociales. Mary Jiménez acaba de ser homenajeada en el Festival de Cine de Lima que organiza la Pontificial la Universidad Católica del Perú, donde se proyectaron algunas de sus cintas más importantes como "Del verbo amar" (1984), "Loco Lucho" (1998), "Fuga" (2015) y "Con el nombre de Tania" (2019), las dos últimas codirigidas con Bénédicte Liénard. En esta charla nos habla de cine y de su relación con el Perú.

¿El homenaje que le acaba de hacer el Festival de Cine de Lima ha significado para usted un repaso de lo vivido y de lo realizado?
Al principio, asusta. Los homenajes y las retrospectivas se las hacen a los viejos que ya no pueden caminar (ríe). Una piensa “dónde estoy, por qué me hacen algo así. Vengo poco al Perú, casi siempre para filmar. Nunca he querido ni traer mis películas ni mostrarlas acá. Me fui y me fui”. Sin embargo, poco a poco, personas como Mauricio Godoy y John Campos, empezaron a mostrar mis películas en el Perú, y decidieron hacer esta especie de retrospectiva, una pequeña muestra de mi trabajo, y digo pequeña porque he rodado alrededor de 15 películas y solo se han proyectado algunas. Entonces, el homenaje se convierte en un honor, una reconexión con el Perú.
¿Por qué no ha querido mostrar sus películas en el Perú?
Porque mi vida no está acá, mi vida está en Bélgica. El universo que me juzga, que financia mis películas, está en Europa. Allá yo existo como cineasta, pero como una cineasta belga no como una cineasta peruana. Entonces, me preocupo más por mostrar mi trabajo en el lugar que me da de comer, que paga mi alquiler. El Perú nunca me ha dado nada… aunque ahora me está dando reconocimientos.
Tiene una relación difícil con el Perú…
Yo no reniego del Perú, me gusta venir. Cuando estoy acá me siento en mi casa. Lo que veo, lo entiendo. Me explico: entender Europa con mi mirada me tomó unos 20 años. Antes, me perdía muchas cosas. En cambio, a pesar de que ya llevo más de 40 años fuera, al Perú lo leo de inmediato, lo comprendo, lo veo con precisión, y todo esto me ayuda en mi tarea de cineasta. Es decir, me gusta mi relación con el Perú porque acá puedo filmar con una mirada propia, auténtica. Cuando vivía acá no era cineasta; cuando regresé, ya lo era, entonces, gracias a mi oficio redescubrí este territorio, y para un cineasta es fundamental tener un territorio. Ah, también me gusta la comida peruana (risas) y también su gente. Los peruanos son muy cariñosos, son muy alegres, son muy graciosos; se burlan de sí mismos, son más ligeros. Los europeos son más serios, más pesados, más introvertidos. El peruano comparte más sus cosas; por eso, tengo muchos amigos acá, amigos que se van renovando con cada rodaje. Sin duda, el Perú es mi segundo país.
El cine, entonces, la hizo volver al Perú…
Cuando uno es cineasta sale de su zona de confort para ir en busca del otro; para encontrarse con alguien que uno no imaginaba que existía, tenderle la mano y hacer el camino juntos. Esto me pasa con el Perú. Hay lugares y personas a las que yo no me acercaría jamás sino fuese porque tengo que hacer una película. Ser cineasta amplia el horizonte y, en ese sentido, sí he redescubierto el Perú.
En varios aspectos, de fondo y forma, su trabajo fue calificado como pionero…
Ser pionera cuesta. A veces, uno descubre un territorio que a nadie le interesa. “Del verbo amar”, por ejemplo, fue una película muy querida en todos lados: en Estados Unidos, en Europa, acá. Se han escrito artículos, reportajes, tesis universitarias. En su época fue novedosa, riesgosa, diferente. Pero luego hice otras cintas que no alcanzaron el éxito de “Del verbo amar”. También se dice que fui pionera por mi paso de lo analógico a lo digital –mis primeras cintas fueron en 35 mm–, pero esta no fue una búsqueda artística sino una necesidad. Lo digital brinda algunas oportunidades, pero, a su vez, está empobreciendo el cine.
¿Por qué?
Hoy, el que menos agarra una cámara y cree que es cineasta, y la primera película que se le ocurre es una sobre su familia (risas). En los últimos 20 años, el cine se ha empobrecido bastante, sobre todo en el documental. El cine es un oficio que requiere tiempo, dedicación y estudio. Hay que ir a una escuela a aprenderlo, no basta con tomar una cámara y ponerse a grabar. Sin embargo, como esto es posible se ha instalado una superficialidad peligrosa. Ojalá esto cambie.
¿Uno hace mejores películas gracias a la experiencia?
Sí. La experiencia permite que lo que uno quiere decir y hacer en una cinta llegue de manera más precisa al espectador. En la primera película que hice, yo quería comunicar algo, pero la gente la leyó de otra forma, entonces, me dije “tengo que hacerlo de tal manera para que se cumpla tal objetivo”, y eso se logra haciendo y mostrando, haciendo y mostrando; es decir, película a película. El cine se aprende haciendo: haciendo un plano, mostrándolo; editando, mostrando la edición; en la fabricación está el secreto. Sucede que, como hacer cine es tan caro, la gente escribe y escribe, hace y rehace el guion, y se llena de gente y equipo, y después solo tiene tres semanas para filmar, y viene la postproducción y ya está sin dinero. Una locura. Yo hago una escena, la miro, y la vuelvo a hacer. El cine, mi cine, es manual, es artesanal.
15 películas muestran una carrera, una persistencia en su oficio, una obra…
Uno hace lo que puede, no lo que quiere. Hay muchas películas que quise hacer, pero no pude. Por ejemplo, quise filmar una cinta sobre la toma de la Embajada de Japón por el MRTA, pero no pude hacerla por falta de dinero. Mis motivaciones para filmar son íntimas y son políticas porque, al fin y al cabo, todo es político. El cine es un arte político, un arte que crea una subjetividad política. Cuando me preguntan si el cine puede cambiar las cosas respondo que “sí”, porque a mí me cambió.
Entonces, gracias al cine su subjetividad se vuelve universal…
El universo está en un grano de arena. Mientras usted no llegue al grano de arena se queda en la generalidad, pero cuando llegue puede tocar a la gente, emocionarla, hacerla pensar.
¿Cuántas películas más quiere realizar?
Dos. En una quiero contar por qué me fui del Perú. La otra trata sobre la costa peruana, el mar, sus pescadores. Yo me demoro mucho haciendo una película y ambas son posibles. La primera me está costando mucho, pues es una historia muy desagradable, y me estoy preguntando si vale la pena, si acaso no es una historia muy vieja, si a alguien le interesará.
¿Tiene que ver con los electroshocks que le practicaron, por su condición de homosexual? Usted ha contado que se fue del Perú por esa razón.
No, me sucedieron cosas mucho más sórdidas, cosas que nunca he contado y que podría servir contarlas.

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