Pocos escenarios más hermosos que el de la campiña cajamarquina, esas plácidas y muy verdes extensiones de tierra donde pastan despreocupadas cientos de vacas, y también ovejas y cerdos y algunas aves de corral; inmensos pastizales de vez en cuando salpicados por sembríos de maíz, papas, alfalfa, eucaliptos, pinos y demás.

Es febrero en Cajamarca, y llueve, y por eso su campiña está más verde que nunca, y por eso sus cielos matinales son más azules, y sus nubes vespertinas más dramáticas porque van cargadas de agua y lluvia, pero con ese dramatismo esperanzador que ofrece un mejor despertar.

El Carnaval, la fiesta principal de la región, empieza oficialmente la segunda semana de febrero, pero los cajamarquinos ya lo celebran desde Navidad. Y no es broma. “Si eres cajamarquino, eres carnavalero”, repiten sus habitantes, hijos de este pueblo con historia donde se produjo el tan mentado “Encuentro de dos mundos”, pues en su Plaza Central el conquistador hispano Francisco Pizarro capturó al Inca Atahualpa, máximo gobernante del Tahuantinsuyo.

La Plaza de Armas sigue siendo el epicentro de hechos relevantes… como las celebraciones previas al carnaval. Durante las 48 horas que pasamos en la ciudad fuimos testigos de dos muy concurridos bandos carnestolendos, que incluían, además de comparsas y bandas de música, carros alegóricos desde donde lanzaban besos, saludos y serpentinas las reinas de belleza de los más de 30 barrios que conforman la ciudad.

Este espíritu festivo es contagioso y toma, literalmente, los cuerpos de los cajamarquinos, y los espacios públicos más importantes de la ciudad, hacia donde llevan estos sus ganas de celebrar. Por ejemplo, la Plazuela La Recoleta, donde todas las noches miles de jóvenes cantan, saltan y bailan al ritmo de improvisadas bandas de música.

Los fines de semana la fiesta se prolonga en las famosas “Globeadas” que la propia Municipalidad de Cajamarca organiza en el Qhapaq Ñan, un inmenso espacio público a tres kilómetros de la ciudad, donde, además de globos multicolores que los cajamarquinos se lanzan sin importar si hace frío o calor, y si el destinatario es conocido, amigo o enemigo, hay orquestas de música y bebidas y puestos de comita típica, donde reina el famoso frito cajacho, que tiene papa con menudencia de cerdo y cebiche, una bizarra mezcla de potajes que los locales adoran.

un lugar con historia

Nosotros decidimos centralizar nuestro espíritu festivo y concentrarnos en el hermoso centro de la ciudad, declarado Patrimonio de las Américas por la Organización de Estados Americanos (OEA). Allí están varios de los principales atractivos históricos, culturales y turísticos de Cajamarca.

Primero, claro, la propia Plaza de Armas es un lugar trascendental en la historia de la humanidad, pues allí, repetimos, se produjo el “Encuentro de Dos Mundos”, de Europa y América y sus cosmovisiones, y la captura del Inca Atahualpa, último gobernante inca, a manos del conquistador hispano Francisco Pizarro.

La Plaza de Armas de Cajamarca debe ser una de las más grandes del Perú. Construida en piedra y con algunas jardines y árboles, debemos reconocer que está bien cuidada. Es un placer caminar por ella y, en nuestro caso, recordar lo mucho que nos tocó vivir allí.

En la Plaza de Armas hay dos iglesias, la Catedral y San Francisco. La Catedral, obra del siglo XVII, está construida en piedra, su altar tiene elementos con pan de oro y su particularidad radica en que no tiene torres: parece una iglesia inconclusa. Lo es, pero no es necesario “terminar” la obra, pues, así como está, su imponencia es significativa.

La Iglesia San Francisco, fiel a la congregación a la que representa, es una iglesia más sobria, más austera en arquitectura y diseño y decoración, pero tiene un inmenso patio delantero, donde los cajamarquinos conversan y ríen y afianzan su fe. Tiene un museo y unas catacumbas. Es una obligación.

Al frente de la Iglesia San Francisco, sobre la calle Amalia Puga, está el Cuarto del Rescate, otro de los epicentros históricos cajamarquinos, peruanos, mundiales, pues fue allí que el Inca Atahualpa les ofreció un cuarto lleno de oro y dos llenos de plata a los conquistadores españoles por su libertad. La línea en la pared, trazada cuando Atahualpa levantó el brazo y sirvió como marca de hasta dónde se llenaría la habitación con los metales preciosos, se mantiene intacta y los guías nos dicen que es original. Les creemos.

A pocos pasos, en la calle Belén, está otra de las joyas de la arquitectura religiosa cajamarquina: el Complejo Belén, que acoge la que, para muchos, es el templo más hermoso de la ciudad por su imponente altar de estilo barroco, cubierto todo de pan de oro. En el Complejo estuvo, hasta inicios del siglo XX, el hospital de la ciudad. Hoy es un espacio cultural con exposiciones permanentes y temporales dedicadas a la cultura cajamarquina y sus representantes.

otra joya

Volvamos a la Plaza de Armas, pues allí está otra de las joyas de Cajamarca, el Hotel Costa del Sol. Cuando nosotros éramos niños, allí estaba el Hotel de Turistas, el más bonito de Cajamarca. Esta cualidad, felizmente, se mantiene. Sí, el Costa del Sol sigue siendo uno de los mejores lugares para alojarse en Cajamarca, pero su plus está en su ubicación privilegiada, en plena Plaza de Armas y al lado de la Catedral, con la que comparte una pared medianera de piedra. Belleza.

Por fuera, diremos que, a pesar de que es una construcción moderna, el Costa del Sol ha sabido integrarse a la colonial arquitectura de la Plaza de Armas. Es difícil competir en belleza con la Catedral, pero el espacio sale airoso gracias, por ejemplo, a su terraza, hoy cubierta por ventanales, pero que permite tener una vista panorámica del lugar. Pocos placeres más grandes que sentarse allí a tomar un café, una copa de vino, un buen cóctel, y ver pasar a la gente caminar, correr, vivir.

La terraza forma parte del restaurante Páprika, emblema del Costa del Sol. Allí sirven, para los huéspedes, pero también para los cajamarquinos que quieren engreírse o visitantes foráneos que desean comer rico, contundentes desayunos bufé, que tienen, además de una variedad de panes y jamones y quesos y frutas y huevos y jugos (y toda la diversidad que un hotel de varias estrellas ofrece a sus clientes), platos de la cocina regional: hoy puede ser un caldo verde con hierbas andinas y queso, mañana un caldo de gallina, pasado un shámbar y así. Una gozadera.

Estos guiños a la cocina regional también se trasladan a los almuerzos y cenas. En Páprika hay cecina al estilo cajamarquino, pero la travesura está en que en lugar de servirla frita o mezclada con huevos revueltos (cecina shilpida le llaman los locales a este plato), la complementan con mote, ese maíz fresco que es emblema no solo de Cajamarca sino de todos los Andes. Al lado, un majado de tubérculos y salsas, muchas salsas, con ajíes y hierbas andinas. Rico.

En Páprika también sirven cuy, otro portento de la cocina cajamarquina. Su versión acá es clásica, bien frito y crujiente, pero sin cabezas que cohíban a los comensales. Este cuy frito tiene como guarnición a ese prodigio único al que los cajamarquinos llaman ajiaco o papa chupe, y que consiste en una papa guisada que, en textura, ojo, solo en textura, está a medio camino entre una papa sancochada y un puré. Delicia pura.

También hay postres y guiños a la cocina internacional como pastas y pizzas y hamburguesas, y otros a los clásicos peruanos, como el cebiche (solo que acá es de trucha) y el lomo saltado, pero nosotros, en nuestros viajes, siempre preferimos la cocina local.

Con el estómago lleno y al corazón dispuesto fuimos a Walak, el recién renovado (y ampliado) bar del Costa del Sol. Hace años, cuando tenía unos pocos metros y unas cuantas mesas, ya era el mejor bar de la ciudad, porque era el único donde se encontraba buena coctelería clásica, como un sobrio negroni, un elegante martini y un cosmopolita Manhattan.

Hoy que es tres veces más grande, con una barra central imponente, con vistas a la hermosa Plaza de Armas, y que han ampliado su oferta, pues hay más razones para considerarlo, de lejos, como el mejor bar de Cajamarca.

Lo es no solo porque allí se sigue encontrando buena coctelería clásica, porque sus pisco sours y chilcanos saben mejor que nunca y las cervezas siempre salen frías, sino porque han sabido integrar a su carta los insumos que se producen en la zona, y que, de paso, son los que prefieren los locales. Nos referimos al cañazo (“cogollo”, le dicen cuando es de extrema calidad) y a frutos y hierbas andinas como el sachatomate, el aguaymanto, el capulí y demás.

¿Qué pedir, entonces, en Walak? Illary, que tiene macerado de coca, maracuyá, albahaca, ginger ale y un perfume andino con hierbas locales. Fresco, dulce, herbal.

El Mito Walak lleva macerado de canela, miel de abeja, jarabe de goma, triple sec y jugo de limón. Siempre dulce, siempre colorido, para espíritus festivos.

Otra obligación es el Calientito cajamarquino, que tiene macerado de eucalipto, te zumo de naranja y jarabe de goma. Sirve para chispearse, para endulzarse y para combatir el frío hoy que la lluvia se impone en la ciudad.

Ah, los viernes hay un show de música en vivo con Noelia Laime, quien canta, con sentida emoción, la música que está de moda, y otra que ya no lo está, pero nos sigue emocionando. Eso sí, prepárese para el baile. Son días festivos, y nada mejor que una cumbia peruana mezclada con el zapateo del carnaval cajamarquino. Advertido está.