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“En el mundo andino, Vargas Llosa sabía que no podía competir con Arguedas”

Efraín Kristal debe ser el estudioso más acucioso de la obra de Mario Vargas Llosa. Autor de la monumental “Tentación de la palabra” (FCE), ahora está por publicar otro ensayo, igual de riguroso, sobre Borges.

Publicado: 2021-08-06

Efraín Kristal nació en Lima, en 1959, pero a los 11 años se mudó, junto con su familia, a California, en Estados Unidos. Sin embargo, su amor por su patria no menguó, en parte por la biblioteca paterna, donde abundaban textos de escritores peruanos como Mario Vargas Llosa, José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro. Luego, estudió Filosofía en la famosa Escuela Normal Superior de París, donde conoció a Borges, y más tarde se doctoró en Literatura en la Universidad de Stanford. Hoy, es profesor de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y profesor emérito de la Universidad del Pacífico, en Lima.

En 1998 publicó en inglés la primera versión de “Tentación de la palabra”, quizás el ensayo más importante sobre la obra del Nobel peruano, volumen que ha ido actualizando constantemente y que, en español, ha sido publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE).

Riguroso y oceánico, hoy escribe un ensayo sobre Jorge Luis Borges, cuyo título tentativo es “La guerra, la traducción y la filosofía en Borges”, y que publicará pronto el FCE. En esta charla hablamos sobre su pasión y estudios sobre Vargas Llosa y Borges.


¿Cómo nació su interés por Vargas Llosa?
Soy peruano, pero, cuando tenía 11-12 años, mi familia se trasladó al sur de California. En esa casa, mis padres tenían una biblioteca con autores peruanos. Entonces, mi modo de recordar al Perú era a través de la literatura. En esa biblioteca teníamos todo Arguedas, todo Vargas Llosa, todo Ribeyro. En esa biblioteca sentí que se renovaban mis vínculos con el Perú.
¿Cuál fue el primer libro de Vargas Llosa que leyó?
Gracias a los Populibros, la gran iniciativa de divulgación literaria creada por Manuel Scorza, leí “La ciudad y los perros” cuando tenía unos11 años. Me pareció dificilísima porque no estaba contada de manera cronológica, pero al leerla, a pesar de sus dificultades y de que no la entendí toda, sentí que era una novela poderosa.
Muchos autores peruanos, como Alonso Cueto, por ejemplo, han afirmado que leer “La ciudad y los perros”, más allá de sus bondades literarias, tuvo en ellos un gran impacto porque sintieron que su pequeño mundo, el de la clase media limeña, podía ser contado y alcanzar relevancia, universalidad…
Yo siempre he visto a “La ciudad y los perros” como una novela muy peruana, y siempre la vinculé, quizás porque las leí casi al mismo tiempo, con “Los ríos profundos”, de José María Arguedas. Las dos novelas se ambientan en colegios, espacios que se convierten en una especie de microcosmos que representa la realidad peruana. En la novela de Arguedas, ese microcosmos está en el mundo andino, donde confluyen jóvenes de distintas clases sociales, de diverso origen étnico, etcétera. A su vez, cuando Vargas Llosa escribe “La ciudad…” se estaba produciendo el cambio demográfico que transformó al Perú, proceso que convierte a Lima, y específicamente al colegio Leoncio Prado, en un microcosmos representativo del país.
Algunos críticos afirman que con “La ciudad y los perros” se inicia el ‘boom latinoamericano’…
Otros, con “La muerte de Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes. También por esos años se publicó “Rayuela”, y en 1967, “Cien años de soledad”. Sin embargo, más allá de con qué novela se inicia el ‘boom’, yo resalto como uno de los elementos que tenían en común, siguiendo un poco el legado de Jorge Luis Borges, es sentir la libertad de dialogar y reescribir las grandes novelas de la literatura mundial. En otras palabras, uno de los regalos que Borges les dio a los escritores del ‘boom’ es el permiso de rehacer obras que ya existían, el permiso de dialogar con la mejor literatura universal, aquella que motivaba y despertaba su sensibilidad.
Curiosamente, todos los escritores del ‘boom’ vivían en Europa y fue allá que descubrieron cuán latinoamericanos eran; no peruanos o argentinos o colombianos o mexicanos, sino cuán latinoamericanos eran…
Es un fenómeno histórico interesante. Si nos remontamos al siglo XIX, las literaturas de cada uno de los países hispanoamericanos se desarrollaban cada una por su cuenta. Los libros que cruzaban las fronteras eran la excepción a la regla. La única novela que circuló por toda América fue “María”, de Jorge Isaacs; quizás también el poema “Martín Fierro”, de José Hernández, pero poco más. Luego aparece Rubén Darío y el fenómeno del modernismo, que configura, de alguna manera, una literatura hispanoamericana. Luego, en los años 20 y 30 del siglo XX, otros autores latinoamericanos se trasladaron a Europa, como sucedió con César Vallejo. Ricardo Güiraldes también escribió “Don Segundo Sombra” en París. En el terreno de la pintura, el cubano Wilfredo Lam también se trasladó a París y, viendo el trabajo de Picasso con el arte africano, decidió sumergirse en su propio universo, el mundo caribeño, afroamericano y también considerando a sus raíces chinas.
Dicen que un escritor latinoamericano para sentirse universal no solo debe ser un lector atento de su literatura nacional, sino también de la latinoamericana, europea, anglosajona y hasta asiática, situación que no sufren los autores europeos o estadounidenses, a quienes les basta con conocer la literatura de sus países…
Hay una anécdota bastante significativa: a finales de los años 30, el poeta surrealista peruano César Moro, quien vivía en París; André Breton, el fundador del surrealismo; Claude Lévi-Strauss, figura del estructuralismo, y Lam tomaron en Europa el mismo barco rumbo a América. Moro y Breton desembarcaron en México, donde organizan la primera exposición surrealista en América Latina. Es decir, los escritores y artistas latinoamericanos, en los años 20 y 30 van hacia Europa para sentirse universales e iniciar o consolidar sus vocaciones. Y allá se reencuentran con su cultura, con sus países, lo que, en algunos casos, los lleva a regresar, pero ya con la conciencia de un arte o de una literatura latinoamericanas, que van más allá de las artes o literaturas nacionales. Es decir, en estas circunstancias y con los mismos protagonistas, vemos cómo se manifiestan estas tres dimensiones: la universal, la latinoamericana y la nacional, y cómo estos autores, siendo ellos mismos, son representativos de estas tres dimensiones.
A propósito de Moro, fue profesor de Vargas Llosa en el Leoncio Prado…
Efectivamente. Cuando Moro regresa al Perú, ocupa la plaza de profesor de francés en el Leoncio Prado.
Usted divide las etapas literarias de Vargas Llosa de acuerdo a la ideología que profesaba cuando escribió sus textos. Siendo así, ¿las simpatías o tirrias ideológicas de Vargas Llosa se han vito reflejadas en sus novelas?
Vargas Llosa no escribe novelas de tesis, no escribe novelas para presentar una posición política. Sin embargo, en cada una de sus etapas como escritor, y ha pasado por varias, sus posiciones políticas están presentes o, para decirlo mejor, no hay ninguna contradicción entre los contenidos políticos de sus novelas y sus posiciones políticas. Es decir, no construye novelas de tesis políticas, pero sus posiciones están en ellas, son elementos de la construcción de su mundo literario. Por ejemplo, sus primeras novelas —“La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en La Catedral”— corresponden a las convicciones políticas que tuve en los 60, que eran socialistas, e incluso, cuando pasa por momentos de transición, de dudas políticas, esas dudas también se reflejan en sus novelas. Por ejemplo, las dudas que tiene Santiago Zavala, protagonista de “Conversación en La Catedral”, son también las dudas ideológicas que sufría el propio Vargas Llosa.
Muchos pensamos que la mejor época como novelista de Vargas Llosa es la del 60, donde publicó cuatro obras maestras: “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Los cachorros” y “Conversación en La Catedral”.
“Los cachorros”, esa pequeña joya, era parte de “Conversación en La Catedral”, pero pronto ganó independencia y, así, Vargas Llosa se la pudo obsequiar a Sebastián Salazar Bondy antes de que este falleciera. Aunque coincidimos en que la gran obra de Mario es “Conversación…”, yo creo que ha tenido obras maestras en todas sus épocas como novelista. “La guerra del fin del mundo”, por ejemplo, es otra obra maestra.
Javier Cercas, el escritor español, dice que Vargas Llosa es el autor vivo con más obras maestras de toda la literatura universal. Le cuenta seis: “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en La Catedral”, “La tía Julia y el escribidor”, “La guerra del fin del mundo” y “La Fiesta del Chivo”.
Lo más interesante de Vargas Llosa es que es un autor que se ha renovado varias veces. Hay escritores como Balzac, como Carlos Fuentes y otros, con quienes uno siente que con cada obra suya crece un mundo literario coherente, consistente, con técnicas literarias similares, que hasta se repiten. Sin embargo, Mario se ha renovado por lo menos tres veces, pero no solo en sus temas, sino en su acercamiento a la literatura y a sus procedimientos literarios. Por ejemplo, si comparamos la literatura que hacía en los 60 desde el punto de vista puramente formal lo que define la forma de su novelística es el cruce de planos temporales y espaciales: dentro de un mismo plano, de un mismo diálogo, uno escucha voces producidas en tiempos y espacios disímiles…
Diálogos telescópicos, vasos comunicantes, el monólogo interior, etcétera. Vargas Llosa es un manual de técnicas literarias.
Efectivamente. Pero, lo más importante es el cruce de planos espaciales y temporales. Allí, Vargas Llosa no solo aprende de Faulkner sino lo perfecciona: lo que Faulkner hace de un párrafo a otro, Mario lo hace en un mismo párrafo. A partir de “La tía Julia…” vemos otros elementos. Allí le interesa alternar diversos registros literarios: 1. El registro de un tono supuestamente autobiográfico con Varguitas como protagonista y 2. Las radionovelas de Pedro Camacho.
En los 70, con “Pantaleón y las visitadoras” también introduce el humor en su literatura…
“Pantaleón…” y “La tía Julia…” son novelas de transición. Cuando escribe “Pantaleón…” aún se considera socialista, pero ha sufrido, a raíz del “Caso Padilla”, un rechazo por parte de los oficiales culturales de la Revolución cubana y de muchos escritores que apoyaban a Cuba. La transición aún está en curso cuando escribe “La tía Julia…”, pues le toma muchos años pasar de su “etapa socialista” a su “etapa liberal”, que se consolida en los 80.
En los 60 era un sartreano total…
No del todo. Sartre jamás habría aceptado la idea de que la literatura es, como afirma Vargas Llosa, producto de unos demonios, de fuerzas irracionales. Para Sartre, la literatura tenía que ser un acto racional, un acto consciente, un acto voluntario, un ejercicio de libertad. Para Sartre no era aceptable que las veleidades de un individuo dominaran el proceso de escritura. Vargas Llosa quería que su “literatura comprometida” tuviese el impacto que Sartre planteaba, pero, al mismo tiempo, quería que fuese el producto de fuerzas irracionales. La tesis vargasllosiana de los demonios como los impulsores de los textos literarios tiene su origen en la figura de César Moro. Es decir, lo que hace Vargas Llosa es conjugar las ideas literarias de Sartre con las de César Moro, para quien el escritor tenía que ser fiel a sus demonios.
¿Qué piensa de la tesis vargasllosiana de los demonios como generadores de los textos literarios?
Yo no la comparto en su totalidad. Esta tesis no es una rara avis, nace con el romanticismo. Por ejemplo, la idea de lo demoniaco como una fuente de la creación literaria ya la había trabajado Goethe. Luego, la hacen suya los surrealistas, entre ellos, César Moro, un poeta surrealista. Los surrealistas pensaban que lo irracional, lo demoniaco, podía consolidarse también en un plan de acción política.
Desde mi perspectiva, cuando se convierte en un liberal, su literatura decae, claro, con las excepciones de “La guerra del fin del mundo” y “La Fiesta del Chivo”. Sin embargo, allí gana más fuerza el Vargas Llosa ensayista, quien ha escrito ensayos notables. Y si nos centramos en el plano político, el gran ideólogo de la derecha peruana es Vargas Llosa.
No estoy de acuerdo. Para mí, el cambio de perspectiva de sus novelas, cambio del que hablamos líneas arriba, y aparece con “La tía Julia…”, es muy rica. Allí hay capítulos aparentemente autobiográficos, pero que no lo son, y que son producto de un gran trabajo literario. Por entonces, Mario estaba muy interesado en las novelas de caballería, en textos como “Tirant lo Blanc”. Allí, se narra la historia de una viuda noble y un joven intempestivo. Es decir, las conversaciones entre Varguitas y la tía Julia son una reescritura de los diálogos que se dan entre la viuda noble y el joven intempestivo de “Tirant…”. Lo mismo vemos, es decir, el cambio de perspectiva, en novelas como “Los cuadernos de don Rigoberto” y “El hablador”. Aquí, por ejemplo, en los capítulos supuestamente realistas reconstruye el mundo de la vida universitaria en el Perú, pero en los otros inventa un lenguaje aparentemente antropológico para recrear, a su manera, la cosmovisión de los machiguengas. Estos textos son otra manera de hacer literatura, distinta a la de su primera época, pero que no deja de ser interesante. “Historia de Mayta” y “La guerra del fin del mundo” están construidas de una manera donde el autor nos permite ver una misma situación que contradice otra. Es decir, son perspectivas que se van acumulando como unas cajas chinas, y donde también hay cosas geniales.
¿Vargas Llosa es un buen intérprete del mundo andino? Yo creo, por ejemplo, que “La utopía arcaica” es un gran ensayo no tanto por lo que nos permite conocer de Arguedas sino del propio Vargas Llosa y su visión del mundo.
Harold Bloom, el gran crítico literario, tiene una teoría a la que llama “la ansiedad de la influencia” y que viene al caso en lo que usted plantea. En su época de juventud, uno de sus primeros reportajes periodísticos fue a Arguedas. Mario un devoto de José María, al punto que, cuando estaba escribiendo “Tentación de la palabra”, mi ensayo sobre Vargas Llosa, tuve la oportunidad de leer las cartas que le envió Arguedas. Son conmovedoras. Cuando Arguedas lee “La ciudad y los perros” le escribe: “Joven Mario, usted es el hijo que hubiese querido tener”. “Usted es el fuego del Perú”. Desde sus inicios como escritor, Vargas Llosa sabía muy bien que no podía competir con Arguedas en su abordaje del mundo andino. Por eso, lo evita. Por ejemplo, uno de los elementos geniales de “La casa verde” está en que logra ser una novela total sobre el Perú evitando el mundo andino. Vargas Llosa construye una serie de mecanismos literarios para pasar de la selva a la costa sin pasar por la sierra. Eso es algo genial, pero nace de su ansiedad de no competir con Arguedas.
Pero, en los 90, publica “Lituma en los Andes”, donde se manifiesta, otra vez, su incapacidad para entender el mundo andino.
Esa crítica solo tiene razón en parte. Si uno lee “Lituma…” para ingresar, acercarse y comprender el mundo andino, no lo logrará. El mundo andino no es el tema de Vargas Llosa, pero el objetivo de la novela es otro, ingresar un nuevo tema nuevo en el universo vargasllosiano: la presencia del mal. Tampoco el mundo andino es el tema de “Historia de Mayta”, a pesar de que esté parcialmente ambientada allí.
Pasemos al Vargas Llosa lector, ¿cuán competente es Vargas Llosa leyendo a Borges?
Es un magnífico lector de Borges y, sobre todo, aprendió la mayor lección que nos brinda el autor de “Ficciones”: que un escritor, sin importar su origen –sea latinoamericano, africano, asiático, europeo, etcétera–, tiene el derecho de participar en los diálogos literarios más intensos; apropiarse de la literatura que más le interese, asimilarla, incluirla, transformarla y crear algo original. En ese sentido, Vargas Llosa es uno de los mejores herederos de Borges.
Efraín, su próximo ensayo será sobre Borges. Habiéndose escrito tanto sobre él, ¿cómo abordarlo de manera original?
He encontrado dos filones que nos ofrecen lecturas completamente originales de Borges. Primero, el filón de la guerra. La guerra es fundamental en su literatura, incluso en relatos como “Pierre Menard, autor del Quijote”, que, aparentemente, nada tiene que ver con lo bélico. El protagonista es un simbolista francés que quiere escribir el Quijote, palabra por palabra, a partir de sus propias experiencias vitales. Logra escribir ciertos párrafos. “Pierre Menard…” ha tenido múltiples lecturas, pues es un texto riquísimo: como un paradigma de lo que significa la lectura, como un paradigma para saber en qué consiste una traducción, como un texto filosófico, etcétera.
Esas lecturas son correctas…
Lo son, pero lo que hasta hoy no habíamos visto es que, cuando Borges lo escribió, acababa de publicar cuatro textos sobre Erich Ludendorff, quien había sido el comandante general de las fuerzas alemanas durante la Primera Guerra Mundial. Ludendorff fue protagonista, junto con Hitler, del Putsch de Múnich, un intento de golpe de Estado que se produjo en 1923. Ludendorff buscaba el renacimiento de la religión pagana en Alemania, y despotricaba de los masones, de los marxistas y de los judíos. Además, en 1935 publicó “La guerra total” (“Der totale Krieg”), volumen que fue usado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin duda, un personaje borgeano…
Borges reseñó este libro y, además, escribió tres artículos más sobre su autor. Yo sostengo que la voz que narra “Pierre Menard…” es la de Ludendorff. Por eso, al inicio del relato leemos “y si no me creen deben ser circuncisos”. Además, menciona que la gente que lo apoya es una señora italiana casada con un alemán. Es la época de la reconstrucción alemana después de la Primera Guerra Mundial, y este matrimonio representa la alianza Mussolini-Hitler. No es gratuito que la pareja viva en Pittsburgh que, por entonces, era la ciudad del acero, precisamente cuando Alemania se estaba reconstruyendo. Por eso, en manos de un nazi como Ludendorff, el proyecto literario más inocuo, más invisible, puede ser contado y hasta darle una nueva interpretación. Para Ludendorff, el Quijote de Cervantes es una porquería: un texto superficial lleno de clichés; sin embargo, el texto de Menard es nietzscheano. Cuando nos dice que “la historia es la madre del tiempo” se refiere a la voluntad humana que la está creando. Es decir, transforma a Pierre Menard en un autor fascista. Borges nos dice que, en manos de una figura como Ludendorff, el proyecto literario más invisible puede ser cooptado.
¿Cuál es el otro filón de su interpretación borgeana?
La traducción. Borges tradujo toda su vida. Empezó a los seis años, cuando su padre le hacía traducir pequeños textos de mitología. Lo curioso es que lo hacía traducir del castellano al inglés, cuando su inglés era pésimo. Tal situación es conmovedora. La primera publicación de Borges fue “El príncipe feliz”, de Wilde, que tradujo a los diez años. Desde entonces, nunca dejó de traducir, pero cada vez que lo hacía cambiaba cosas: quitaba, añadía, modificaba. Puedo demostrar que casi todos los relatos importantes de Borges tienen como punto de origen proyectos de traducción. En el proceso de traducir, Borges modifica la obra traducida y se da cuenta de que hay temas y problemas literarios que puede seguir trabajando en su propia obra.
¿Borges era un lector sistemático, ordenado y oceánico?
Borges fue un lector hedónico; es decir, solo leía lo que le daba placer. Si algún texto no le daba placer, lo abandonaba. Muchas veces no le interesaba un libro entero, sino algunos párrafos, algunas páginas, aquellas que le daban placer, y a ellas volvía. Y siguió siendo un gran lector incluso cuando perdió la vista. Tuvo la suerte de tener una memoria fotográfica y, así, seguir escribiendo a pesar de su ceguera. Pude conversar con autores que firmaron traducciones con él. Ellos me explicaron que Borges memorizaba los textos por traducir, de tal manera que su traducción era mental. Luego, la dictaba.
¿Por qué el desdén de Borges por autores contemporáneos a él?
Eso no es del todo cierto. Por ejemplo, apoyó a Cortázar en sus inicios.
Le publicó “Casa tomada”, pero luego ya no habló tan bien de él…
La única vez que vi a Borges fue en París, cuando yo estudiaba Filosofía en la ciudad. García Márquez había ganado el Nobel semanas antes, entonces, la primera pregunta que le hicieron fue qué pensaba del flamante Premio Nobel. Su respuesta fue: “García Márquez empezó a escribir cuando yo ya había perdido la vista, pero me hablaron tanto de él que pedí que me leyesen ‘Cien años de soledad’. La novela me gustó. Ahora bien, en otras épocas el Nobel se otorgaba a escritores consagrados. Parece que hoy se lo otorgan a los jóvenes, para alentarlos” (risas). 
Borges era muy divertido, muy irónico...

Años después, conocí a Roberto Alifano, escritor argentino y la persona que le leyó “Cien años de soledad”. Le pregunté cómo fue la experiencia. “A Borges le encantó la primera frase. Luego, le leí unas 25-30 páginas más y me dijo ‘pare, pare, pare. Esta novela tiene 50 años de más’” (risas).



Foto: Cortesía Reed Hutchinson.

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