Cusco debe ser la región del Perú que más ha sufrido los efectos de la pandemia, no solo por la cantidad de cusqueños que fallecieron, sino por cómo afectó una de sus principales actividades económicas: el turismo.

Los visitantes frecuentes de Cusco éramos testigos de que su vida se caracterizaba por su bullicio, por su alegría, por su numerosa y variopinta ciudadanía, una que permitía escuchar en pocos metros idiomas tan diversos como el inglés y el ruso, el alemán y el castellano, el quechua y el japonés, el chino mandarín y el sueco, el aymara y muchos más. Cusco, como su nombre lo indica, era el ombligo del mundo.

Todo eso cambió de un día para otro en marzo del 2020. Por la cuarentena total decretada por el Gobierno, para controlar la pandemia: de recibir 2 265 219 de visitantes extranjeros en 2019, para el 2020 pasó a recibir cero turistas, más allá de algún visitante eventual.

Para los amantes de la calma y el placer de viajar sin tumulto, cuando a finales del 2020 se nos permitió movernos por algunas regiones del país, entre ellas Cusco, seguramente resultó un placer mayor conocer o volver a visitar las maravillas que en esa zona del Perú existen, no solo en cuanto a vestigios incas, sino también a su gente y a su cultura. Felices ellos, un poco aliviada la industria turística cusqueña, pero era evidente que se necesitaba que el número de visitantes se incrementase.

Desde marzo de este año así esta sucediendo, todavía sin el dinamismo del pasado, pero, poco a poco, mientras más peruanos se vacunen y, sobre todo, los extranjeros viajeros, y nuestras fronteras vuelvan a abrirse del todo, esto aumentará el numero de turistas y ayudará a recuperar el necesario y muy dinámico sector turístico.

Quizás este también sea momento para repensar qué tipo de turismo es el que necesita el Perú y no dejar que la desesperación, por más de un año sin recursos, se imponga. Los lugares turísticos cusqueños, sobre todo los precolombinos --Machu Picchu, Ollantaytambo, Tipón, Pisac y un larguísimo etcétera--, por su antigüedad son muy frágiles. Entonces, es momento de establecer una política de ordenamiento que regule la cantidad de visitantes que pueden recibir por día sin afectarlos y, claro, sin dejar de dar recursos a los ciudadanos dedicados al turismo y a las empresas del rubro. Como en todo lo que es saludable, hay que buscar el equilibrio.

ANDENIA, UN LUGAR PARA VOLVER Y VOLVER

Cusco sigue siendo nuestro destino favorito. La ciudad, sobre todo en su parte histórica, es preciosa, y el Valle Sagrado, una maravilla que, hasta ahora y a pesar de una modernidad mal entendida, el hombre no ha podido destruir.

Acabamos de pasar unos días espléndidos allí y hemos visto con esperanza e ilusión, cómo, poco a poco y con mucho trabajo, la gente va recuperando la antigua alegría y el dinamismo de su región.

Nosotros tenemos una rutina: bajamos del avión y nos vamos directamente al Valle Sagrado. Aunque somos andinos, aclimatarnos a los más de 3 mil metros del Cusco nos cuesta, por eso, mejor vamos directo a los 2600 metros del Valle Sagrado a disfrutar de sus bondades y, hechos ya a la altura, cerramos nuestra travesía en la capital del Tahuantinsuyo.

En 2019, en el poblado de Huarán, en Calca, entre Pisac y Urubamba, se abrió Andenia, un precioso hotel boutique de solo nueve habitaciones, ideal para alejarse de la rutina de la urbe y encontrar la paz y la armonía, aquella que solo otorga la belleza de la naturaleza.

Andenia tiene solo nueve habitaciones (camas King, ducha con vista panorámica a los jardines y a las montañas, pisos y muebles madera, coloridos textiles, mucha cerámica y elegancia), pero le sobra espacio pues está en un terreno de 6 mil metros cuadrados, llenos de jardines, huerto de verduras y hortalizas y frutales.

Los tres preciosos edificios que conforman el lugar, de dos pisos cada uno, han sido construidos con materiales de la zona --barro y madera, sobre todo--, y con un diseño arquitectónico que no rompe con la simetría y la estética del paisaje cusqueño. Todas las habitaciones cuentan con terraza y, desde ellas, se puede admirar la imponencia de los Andes que, créannos, en el Valle Sagrado es más hermosa y sobrecogedora.

Pasear al amanecer por sus jardines, con el rocío bañando las hojas de las plantas y el aroma naciente de las flores, más el olor a cítricos y manzanas gracias a los frutos de su huerto, es un placer casi impagable, digno de los amores más arrebatados.

Pero las actividades que Andenia ofrece no se quedan allí. Para sus visitantes tienen múltiples programas, todos personalizados. ¿Le gustan los deportes de aventura como el ciclismo o la bicicleta de montaña? ¿O acaso les gustan las caminatas más retadoras? Pues Andenia le organiza el paseo a portentos cercanos como Pisac, el propio Calca, Huayllabamba, Yucay o los Baños de Machacancha. ¿Le gusta el kayak? Atrévase a surcar el imponente río Urubamba y sus variantes radicales.

¿Le gustan los paseos a caballo? Entonces, Andenia es una gran opción pues, de la mano de Retreat in the Woods, empresa del cusqueño Fernando Pezo-Silva y de la iquiteña Yessenia Angulo, podrá tener una estupenda jornada de cabalgata en caballos de paso peruanos, más que educados, engreídos por Fernando y Yessenia.

La jornada empieza en la casa hacienda de Fernando, ubicada a pocos minutos de Andenia. Luego del recibimiento y de una pequeña sesión de instrucción, usted elegirá el caballo que más le guste o con el que más química haya desarrollado, y luego hacer una cabalgata de unos 45 minutos, hasta uno de los lechos del río Urubamba. Los paisajes recorridos lo deslumbrarán. Luego de unos minutos de tertulia e hidratación, se hará el camino de retorno. La jornada acaba con una cerveza bien fría cobijados por el esplendor y la amabilidad de nuestros anfitriones.

¿Le gusta cocinar? Pierda cuidado, en alianza con Aulita, un hermoso café y bar cusqueño, tendrá clases muy didácticas sobre cocina peruana, cocina regional y coctelería con insumos de la zona, con hierbas como la muña y el chincho, y destilados como el Matacuy y Caña Alta, que elabora Destilería Andina en Ollantaytambo. También hay talleres de cacao y chocolates de origen con invitados tan competentes como la capa Vanadis Phumpiu.

¿Es un admirador de la cerámica andina? Andenia le ofrece una clase maestra con una de las familias ceramistas más importantes de la zona: los Ramos Kintu. Su taller está en Huayllabamba, y allí la familia entera --madre, padre e hijo—nos introduce en el diseño de hermosas piezas alfareras, todas ellas pintadas con maestría y decoradas con las coloridas flora y fauna propias del lugar. Sentir el barro primitivo en nuestras manos, dándole vida a un objeto nos remite, sin duda, al primer día de la creación, aquel cuando Dios creó al hombre. Así de deslumbrante es el Valle Sagrado.

Por la noche, la opción de armar una fogata es inevitable. El equipo de Andenia dispone la ceremonia: un círculo de fuego hecho con plantas andinas, de aromas intensos, sanadores y bienhechores, que nos da calor y nos cobija. Un buen tinto, un pisco con punche o un calientito reconfortante, más ella o él, son el perfecto complemento. En el cielo, las estrellas; en el alma, la alegría; en el Valle todo, la armonía.

MÁS ANDINOS QUE NUNCA

Dos de los espacios inevitables y emblemáticos del Valle Sagrado son, sin duda, el hotel El Albergue y la Destilería Andina, donde se produce el famoso Matacuy.

Ambos lugares tienen como uno de sus promotores al gran Joaquín Randall, un cusqueño de padres gringos que, de purito amor, decidió hacer patria en la casa donde nació, en la preciosa Ollantaytambo.

El Albergue es un hotel, un café y un restaurante. Su cafetería se llama Café Mayu, y allí se bebe un café de origen peruano estupendo, con sus propias mezclas (blend, le dicen) con granos provenientes de las regiones cafeteras del Cusco, granos que son tostados y molidos allí mismo, lo que asegura bebidas complejas, casi siempre equilibradas, siempre deliciosas.

El hotel es antiguo, rodeado de jardines, entrañable, uno de los preferidos por los viajeros extranjeros por su halo romántico. Uno de sus pluses es que está ubicado en la estación de Ollantaytambo, desde donde parte el tren que va a la construcción humana más impresionante que existe: Machu Picchu.

Allí, así como preparan varios platos regionales y los clásicos de la cocina internacional, sirven una deliciosa pachamanca al estilo cusqueño. La ceremonia impresiona, no solo por los bocados servidos, sino por el rito que implica, pago de la tierra incluido. Más que un cocinero, el pachamanquero es un sacerdote andino: en el corazón de la tierra, sobre las piedras calientes, además de carnes de cordero, alpaca, cerdo, pollo, tubérculos andinos, habas, maíces y demás, coloca sagradas hierbas locales que no solo aderezan los ingredientes sino les transmiten el alma de los andes, de los apus, de nuestra historia milenaria.

Al lado de los mesones donde, en comunidad, se goza de la pachamanca, están los jardines donde se ha instalado, desde el 2015, la Destilería Andina. El maestro destilador es Haresh Bhojwani, el alquimista creador de irremplazables bebidas como el Matacuy y Caña Alta. Cuando la vida se lo impide, por una pandemia global, por ejemplo, lo reemplaza André Querol, un barman súper capo, quizás el más creativo del país, quien hoy también es un dotado alquimista. 

El Matacuy tiene como base caña de azúcar redestilada y un mix de botánicos andinos, cusqueños, cuya fórmula es secreta y, como todo destilador creativo que se respete, va cambiando año a año.

En Destilería Andina reciben el cañazo proveniente de la cercana Apurímac y lo redestilan para asegurar una mayor pureza y calidad. Luego le agregan diferentes botánicos con los cuales crean productos como el Caña Alta Joven (en versiones verde y celeste) y Reposado, y botanizados con extractos de hierbas como el Salqa, y un espléndido whisky de maíz (destilado de jora y cebada, le llaman) de poquísima producción bautizado como Canteras.

La experiencia se potencia pues los visitantes tienen la posibilidad de crear su propio botanizado, su propio Salqa. En el huerto y herbario que circundan las instalaciones de la destilería, pueden cosechar, con sus propias manos, los botánicos que más le gusten --como hierba buena, manzanilla, mejorana, lavanda, hinojo, ajenjo, pieles de cítricos, etcétera—y armar su mezcla, bebida que, eso sí, deben dejar reposar por unos 30 días como mínimo para que los ingredientes le transmitan todas sus virtudes a la base alcohólica.

Así es el Valle Sagrado, un lugar generoso y bendito donde uno puede transformar los elementos de la naturaleza en algo único e irrepetible… como el mundo andino, esa maravilla.