Llego a Barcelona, y como es mi sana costumbre desde hace varios años, apenas bajo del avión me dirijo hacia Tallers 1, barrio de Las Ramblas, el lugar donde se ubica el Boadas Cocktail Bar, un espacio emblemático de la buena coctelería catalana (española y mundial) al que me guio mi buen amigo Fernando Ruiz, un sibarita español con el que compartimos sensibilidad, el gusto por la buena mesa, por las buenas bebidas y uno que otro pecado.  

En la barra del Boadas me pido el coctel del día, y recién allí empiezo a programar mi agenda, porque solo en la calma que me da ese espacio (y el trago que bebo) puedo despejar la mente y ordenar lo por venir.

Y esta vez mi viaje es particular: además de conocer los nuevos y suculentos restaurantes barceloneses y de visitar algunas bodegas en Ribera del Duero, también recorreré los bares más importantes de la ciudad.

La tarea es dura porque no se trata de beber por beber ni menos de emborracharse (aunque confieso que he pecado) sino de ir paladeando, buscando y analizando lo que se bebe estos días en una de las ciudades más importantes de Europa.

Resulta que en el mundo de los restaurantes y de los bares, muchas veces prima la moda, entonces, no siempre el lugar más concurrido es el mejor. Esto sucede en Londres y en Barcelona, en París y en Berlín, en Bogotá y en Lima, Perú. Por eso, hay que hilar fino y no dejarse llevar por el ornamento sino por la profundidad y la coherencia de las propuestas.

Es verdad, en el mundo de las barras la floritura, el juego y el ornamento importan, y mucho, pero todo eso puede venirse abajo si lo que llevamos a la boca resulta confuso, desordenado y, lo peor, desagradable.

Como en todo, en las barras hay tendencias que se imponen: si ayer fue lo molecular, hoy hay una vuelta hacia la coctelería clásica; si ayer se abusaba del azúcar, hoy esta es rechazada por invasiva; si antes abundaba la fruta, hoy se imponen los bitter; si antes había un culto a lo barroco, hoy se aplaude la simpleza; si antes los cocteles eran muy alcohólicos, hoy cada vez lo son menos; si hasta ayer tomarse un gin tónic era lo máximo, hoy es hasta visto como señal simpleza, arribismo y mal gusto.

Felizmente, esta vez el inicio de mi tarea vino con una ayudita de mis amigos: Juan José González Rubiera, barman y propietario del Caribbean Club, ha preparado el Barcelona Cocktail Map, una guía con los 31 mejores bares de la ciudad.  

En esta labor lo ayudaron José María Gotarda (presidente del club del Barman de Cataluña), Manuel Tirvio (experto en coctelería), Joao Eusebio (consultor y asesor de coctelería para Escolà Distribución) y George Restrepo (director de Coctelería Creativa), todos integrantes de un grupo sibarita para quien la buena bebida es imprescindible.

BOADAS: CLÁSICO MUNDIAL

El Boadas Cocktail Bar empezó a alegrar corazones y a mejorar la vida de sus visitantes en 1933. Lo fundó Miguel Boadas, un catalán que se hizo cantinero en Cuba, en ‘La Floridita’, un bar de La Habana al que iba a tomar daiquiris ese grande la literatura y de la bebida llamado Ernest Hemingway.  

Boadas había crecido en Cuba porque su padre vivió por allá, y cuando tuvo que volver a Cataluña lo hizo con un oficio aprendido: el de cantinero. Boadas era un experto en bebidas clásicas, aquellas que nacieron en las mejores barras del mundo y se habían trasladado a Cuba porque, por entonces, La Habana, como París, era una fiesta (y lo sigue siendo).

Cuando murió Miguel, le dejó la posta a María Dolores, su hija, quien continuó y agrandó su legado hasta convertirla en leyenda. Una mujer regentando un bar era un atrevimiento en aquellos años, pero María Dolores tuvo el carácter y el talento para seguir adelante. Hoy, los millones de bebedores que por el lugar hemos pasado, agradecemos tanta dedicación. 

El local del Boadas es pequeño, con mucha madera y un decorado art decó. Pocas cosas han cambiado desde 1933, al menos en lo que se refiere al gratísimo ambiente que se respira (y bebe), los dedicados barman que atienden a sus devotos (porque este bar no tiene clientes, tiene fieles) y a los millones de (buenas) copas se han servido en sus 83 años de existencia.

En el espacio siempre hay dos cocteles del día, que se van renovando cada 24 horas, y no hay carta. Y no hay carta porque sería imposible consignar tanto conocimiento acumulado en unas pocas páginas. En Boadas, todas las recetas están en la cabeza de los bartender, por eso, solo los más diestros cantineros pueden trabajar en este bar. Es más, alcanzar una vacante allí es como obtener un doctorado en el mundo de las bebidas.

Y uno de sus “doctores” es Adal Márquez, un cantinero mayor que nos deslumbró con un Jungle Negroni (lleva un vermú de albariño proveniente de Galicia) y un Hot Noix, una bebida cítrica elaborada con Chartreuse amarillo, clara de huevo, agua de Noix, limón, gin, pepino y vodka infusionado con un chile habanero.

adal Márquez, barman del boadas

Además de estas opciones, en Boadas hay que pedir un Dry Martini, un Negroni clásico, un Daiquiri, un Mojito, un Martínez, un Manhattan, un Old Fashioned, un Rob Roy y todo lo que la coctelería clásica dicta. Sí, también sirven gin tónic, esa bebida cuya moda se encumbró en España, pero lo hacen al viejo estilo: en high ball, con un cítrico o algo de pepino, y más nada. Aquí se bebe bien, no se preparan ni jugos ni ensaladas. Ah, tampoco venden cervezas y no se le ocurra pedir una gaseosa. 

Es probable que en el Boadas haya probado el mejor negroni de mi vida, pero, repito, en un bar no solo importa la calidad de la bebida sino la calidez del ambiente y, sobre todo, la buena compañía… y allí siempre he ido bien acompañado y, sobre todo, he salido bien bebido.

Un negroni en Boadas

Ah, hay que ir temprano… lo bueno es que abren desde el almuerzo. La recomendación no es gratuita, porque temprano uno encuentra a los clientes de toda la vida, a aquellos devotos que han cimentado la bien ganada fama del lugar. Por la noche, se llena de turistas y se pone bullanguero, lo que no está mal, pero los espacios imprescindibles hay que gozarlos en su plenitud, es decir, en su intimidad, porque este es un bar, no un estadio de fútbol.

CARIBBEAN CLUB RONERÍA

El Caribbean Club es hijo del Boadas. Es más, tuvieron al mismo dueño (y hasta comparten el ron que le da el nombre al espacio), hasta que hace algunos años Juan José González Rubiera, un barman y estudiosos de las bebidas, se hiciera con el total de las acciones. 

En el Caribbean Club, como en el Boadas, impera la madera en la decoración, la discreción en la atención y lo clásico en su propuesta cantinera.

Claro, como el nombre lo indica, acá se le da mucha importancia al ron, pero, felizmente, no se quedan allí. Hay que ver la calidad y frescura y poder que tienen sus cocteles hechos con mezcal, y hay que sorprenderse con el buen manejo que tienen del whisky como destilado base para bebidas gloriosas.

Juan José es un barman a la antigua, de buena conversación y bastante don de gente. Habla varios idiomas y, por eso, es normal verlo conversar en simultaneó con un cliente en inglés, con otro en italiano, conmigo en castellano y con mi gratísima compañía en catalán.

Al momento de beber, no pedí la carta: le dije a Juan José que me gustaban los tragos secos y amargos, sin frutas y que prefería lo cítrico a lo herbal. Me sirvió un coctelazo con whisky del que aún conservo memoria. Luego me sacó un trago con un ron envejecido en un pequeño barril de roble, lo que incrementa sus notas a vainilla y chocolate y nos hizo volver al pasado, a aquellas barras donde Hemingway era feliz y Bogart siempre se pedía otra copa.

Le agradecí por lo bebido y por la buena idea de crear el mapa de bares de la ciudad, y me fui al Milano, otro espacio famoso de la ciudad de Gaudí.

Milano, una decepción

Muchos amigos bebedores me hablaron del Milano Cocktail Bar, al punto que me tomé como una obligación visitarlo y probar sus cocteles. 

El bar está en un sótano, es amplio, hay música en vivo, está lleno de turistas (muchas de ellas bellísimas), se respira un clima de fiesta pero sus cocteles fueron una decepción.

Pedí un negroni y lo quise devolver: más que el color rojo oscuro característico de esta bebida, en la copa predominaba un rosado fatal, desangelado, literalmente fresa. La desilusión fue completa al beberlo, nunca un negroni me había sabido tan desabrido, tan aguado, tan deshumanizado.

Luego pedí un gin tónic, y la sensación fue similar. Para salir un poco de lo clásico, y meterme en el terreno de los “innovaciones”, pedí uno con chile (ají), y lo que llegó a mi mesa fue una ensalada picante que me quemó la boca, aplacó mi espíritu festivo y me llevó hacia la sobriedad. Terrible. 

esperanza hípster: el Bobby Gin

Pero no podía volver a casa derrotado, así que con mi buena compañía catalana nos mudamos hacia el Bobby Gin. Y digo “nos mudamos” porque no fuimos capaces de beber un solo trago sino varios, hasta que cerró el bar, porque así de interesante es la barra del lugar. 

El Bobby Gin está en el barrio de Gracia, es bastante hípster y está de moda. Como su nombre lo indica, el gin es su materia prima favorita, y los gin tónic se imponen. Para respetar su espíritu me pedí, primero, uno con cítricos: el barman, un joven italiano amigo de Simone Caporale, el gran cantinero de The Artesian (Londres), resultó un dotado en el manejo de este destilado, su gin tónic estuvo equilibrado, elegante y para nada invadido por hierbas o limones y, lo mejor, lo servía a la vieja usanza, en high ball, lejos de aquellas copas balón que a veces son prácticas pero que, mal usadas, son puro ornamento.

Mi siguiente coctel fue uno llamado ‘The Last World’, cuyo destilado base era un tequila reposado. El trago tenía una fuerte carga herbal y resultó estupendo, una ejemplo de que no hay que hacerle reparos a ningún destilado, a ningún ingrediente, solo hay que saber encontrar a un profesional competente, uno con el talento necesario para que con un sorbo nos lleve hacia ese paraíso creado por Baco, el Dios de la bebida (y de la buena vida). 

XIX BAR: PARA ADICTOS AL GIN TÓNIC

Es otro de los sitios de moda de la ciudad de Miró e Iniesta. Está en el barrio de Sant Antoni y, como me dice mi guía, “a este lugar viene alguna gente porque está de moda y porque hay que venir, y otra porque siente que de verdad se bebe bien”.  

El Xix Bar, al estar especializado en ginebras, tiene una variedad inmensa de este destilado, botellas que han llegado de todo el mundo: las hay francesas, catalanas, inglesas y no sería mala idea que Gin’Ca (el gin peruano) les alcance unas botellas.

Es otro sitio hípster, y en la barra hay dos tíos y una tía, pero es indudable que la que se impone, por carácter y técnica, es ella. Quizás no es la mejor barwoman del mundo, pero actitud tiene, y se sus manos bebí algunos gin tónic bastante regulares, pero ninguno que me ilusionase y me obligase a volver y volver y volver.

Es un sitio con buen ambiente, gente grande pero bastante comercial, sin el encanto de lo artesanal, del trato íntimo, de lo personal. Este es un espacio para servir la mayor cantidad de gin tónic que sea posible. Es un sitio de moda, en un barrio de moda, y poco más que eso.

NEGRONI, CLÁSICO CONTEMPORÁNEO

El Negroni es otra cosa, una barra entrañable de la que uno se enamora al instante. Abrió sus puertas en 2004 y, como se está imponiendo estos días, aquí predomina lo clásico. Eso sí, su decoración es contemporánea, llena de negros y rojos y claroscuros… uno se siente en un cuadro de Rembrandt. Tan bien puesto está que hasta un concurso de diseño ganó. 

Está ubicado en El Raval, un viejo barrio barcelonés transformado hoy en una de sus zonas más multiculturales. Está rodeado de bares de tapas y cervezas, verdulerías paquistaníes, tiendas de celulares y espacios diversos, situación que incrementa la sensación de estar un oasis en medio del caos. 

Sus propietario son el Daniel Gómez y el empresario Javier Cejas, pero el Negroni se nos hizo entrañable por Eduard Campos, el otro barman de este templo de las bebidas.

Hace cinco años, Campos era un empresario dedicado a otros quehaceres, pero tenía como pasión a la coctelería. Por circunstancias de la vida, tuvo que dejar sus otras actividades y, puesto a elegir, optó por el mundo de las bebidas como nuevo territorio laboral… los bebedores debemos agradecerlo.

eduard campos, de negroni

Conversar con Campos es un placer pues sabe de economía y de filosofía, de arte y de literatura, de política y, sobre todo, de lo humano. Como bien explican en Negroni, “aquí la relación barman-cliente es fundamental. Por ello, no se trabaja a partir de una carta, sino que se entabla una conversación y se sugiere a partir de los gustos del propio cliente. Así se consigue un cóctel a medida que invita a la sorpresa e, incluso, a la revelación”. 

Campos es autodidacta, pero vaya que domina su oficio. Como todo buen cantinero, es un psicólogo que mira al cliente, le hace unas pocas preguntas y, de inmediato, le sirve un coctel que le cambie la vida: al eufórico le da calma, al triste lo lleva hacia la fiesta, al melancólico le arranca una sonrisa.

Quizás estas líneas suenen exageradas, quizás haya ido al Negroni en un momento especial de mis días; quizás tan solo necesitaba una copa que me diese otra perspectiva; quizás solo necesitaba demostrarme que un trago te puede cambiar la vida... y en Barcelona, los tragos sobran.


DATOS

BOADAS COCKTAIL BAR está Tallers 1, La Rambla, Barcelona.

Atiende de L a S, desde el mediodía.

Web: www.boadascocktail.com


CARIBBEAN CLUB RONERÍA está en Sitges 5, La Rambla.

Atiende de L a S, desde las 6 p.m.

Web: www.caribbeanclubbarcelona.com


MILANO COCKTAIL BAR está en Ronda Universidad 35, Barcelona.

Atiende de L a S desde el mediodía. D, desde las 6 p.m.

Web: www.camparimilano.com


BOBBY GIN está en Francisco Giher 47, barrio de Gracia Barcelona.

Atiende todos los días desde las 7 p.m.

Web: www.bobbygin.com


XIX BAR está en Rocafort 19, Sant Antoni, Barcelona

Atiende de L a J, desde las 6 p.m. S y D, desde las 5 p.m.

Correo: xixbar@gmail.com


NEGRONI está en Joaquín Costa 46, El Raval, Barcelona.

Atiende todos los días desde las 7 p.m.

Web: www.negronicocktailbar.com


FOTOGRAFÍAS: Gonzalo Pajares, Zaid Arauco, Negroni.