Cusco siempre nos renueva la energía. Cuando tenemos una temporada un tanto oscura, siempre volvemos a este mágico paraje andino en busca de renovación corporal y espiritual. Y vaya que Cusco nos da todo lo que esperamos… y más.
de bares

Apenas bajados del aeropuerto, y por recomendación de nuestras amigos Rafael y Antoinette y Silvia, nos dirigimos hacia sus bares, esos espacios para ser felices bebiendo, conversando, socializando. 

Antoinette, fiel a su personalidad under, nos llevó a Huarique, un bar en el segundo piso de una vieja casona en plena Plaza Regocijo, a dos cuadras de la Plaza de Armas. Allí, además de cervezas frías y alguno que otro brebaje alcohólico, en su escenario mínimo, hecho con cajas de cerveza y triplay, tocan algunas bandas, sobre todo rockeras.

El día de nuestra visita se presentaba The Palosanto Project, un buen grupo de covers formado por los limeños nacionalizados cusqueños Manuel Vera Tudela y Axel La Riva. En el bar éramos pocos, pero Palosanto nos hizo tararear algunas canciones, recordar nuestro pasado musical y comprobar que la música nos sigue emocionando tanto como cuando éramos adolescentes y creíamos que no había nada más placentero (ni rebelde) que una disonancia rockera (y seguimos pensando así).

The Palosanto Project

Además, en la mesa estaba Coqui, un productor musical, quien nos iba contando todas las novedades y los entretelones de las próximas visitas de solistas y bandas a nuestro país, todo sazonado con sabrosas anécdotas sobre la personalidad de Gustavo Cerati, de las exigencias de grupos como Metallica y de las costumbres viajeras de una tal Kate Perry.

Pero Huarique no fue el único bar que visitamos. Antes estuvimos en ese espacio hoy convertido en clásico de la noche cusqueña, el Museo del Pisco, donde quien no cae, se tropieza o lo que fuere, pero siempre cae. Allí, mientras nos tomábamos unos capitanes y unos pisco tonic –no siempre logrados, debemos decir la verdad, pues lo dulzón siempre se impone en nuestras barras- y devorábamos varias tortillas de papas (jugosas, crujientes, buenazas, una de las mejores del país, sin duda), escuchábamos lo mejor del repertorio de Lavoe y Blades gracias a las aguardientosas voces de la banda salsera del lugar. No somos bailarines, pero sí gritantes, y vaya que gritamos algunas salsitas de barrios (puertorriqueño y panameños, obvio).

Para gozar sabroso: salsa brava en el museo del pisco

Y como el cuerpo aún resistía, luego enrumbamos hacia La República del Pisco, bar cusqueño que abrió sus puertas hace algunos meses. Obviamente, recoge la impronta del Museo del Pisco, un lugar donde se puede comer y beber y conversar y escuchar alguna banda en vivo.

Los cocteles no están mal, sobre todo si diriges al barman y le pides que no abuse del azúcar, que la tónica sea recién abierta, que los cítricos sean recién cortados, etcétera- pero lo que más nos gustó fueron algunas cosas que salieron de su cocina, como un cuy empanizado que era una total delicia. La cocina está a cargo de un viejo conocido nuestro, Bíktor Lenz (al menos en el Facebook), quien nos contó que la cocina irá ganando mayor protagonismo en el lugar, lo que hay que agradecer.


Cocteles pisqueros en el museo del pisco

Y después de tanto beber, había que descansar… y así llegamos a los hoteles que el grupo Ananay ha instalado en la ciudad para hacer de nuestras noches ‘imperiales’.

ANANAY ES AÑAÑAU

En los espacios de Ananay nos sumergimos, cual durmientes embrujados, en los místicos placeres dormilones de la capital del Incanato. Ananay tiene un muy cómodo hotel llamado Quinta San Blas ubicado a pocos plazos de la bella y famosa plazoleta cusqueña. Es una casona colonial enclavada en terreno inca que destaca por un bello y empedrado patio central, la blancura de sus paredes y la sobriedad de su disposición.  

En Quinta San Blas se descansa muy bien gracias a la amplitud de las habitaciones, a la pulcritud de la decoración y a una arquitectura donde destacan los techos altos cubiertos con gruesas vigas de madera que están a la vista, y que hacen que uno viaje al pasado, a las antiguas haciendas andinas donde el descanso llegaba en forma de placer obligatorio.


Quinta san blas hotel

En este espacio pasamos dos días y vaya que descansamos, porque Cusco y su noche exigen tanto que se hace necesarísimo, al terminar la jornada, encontrar una cama amable, grande, caliente, dispuesta a cargar con todo lo vivido y, sobre todo, bebido.

La tercera noche nos mudamos a acurrucarnos a la joya de la cadena Ananay, el Palacio Manco Cápac, un hotel boutique de solo cinco habitaciones ubicado en el barrio de San Cristóbal, en la parte alta del Cusco.

A escasos metros del hotel hay un impresionante portal inca por el que se ingresaba, cuentan los historiadores, al Palacio de Manco Cápac, por eso el nombre de nuestro imperial alojamiento.

Este portal, donde se aprecia la magnificencia de la arquitectura inca, puede observarse desde el balcón de una de las cinco habitaciones del hotel. Bueno, si queríamos energizarnos, vaya que encontramos una fuente de luz milenaria.


Pudimos disfrutar de una de las suites del hotel, la que tiene vista al portal inca. Allí encontramos todo para creer que el insomnio es pura ficción: cama inmensa, sábanas con miles de puntos por centímetro, cobertores calientes, pisos de madera, techos altos y una vista panorámica del Cusco.

El hotel es administrado por Rodrigo Fernández, quien, a la sazón, también es el chef del lugar. Rodrigo estudió en la USIL y les podemos decir, como merecido elogio, que cocina como abuelita, porque de sus manos, ‘ananay’ se conviertió en ‘añañau’ (‘qué rico’, en quechua)

Para empezar, nos recibió con un mate preparado con las hierbas de su huerto, un mate que nos alivió las incomodidades de la altura y los estertores de la resaca. En ese mate milagroso había muña, toronjil, huacatay y demás reparadoras hierbas andinas.

Pero la noche nos trajo lo mejor: comenzó sirviéndonos una crema de hongos andinos de temporada que nos calentó, abrigó, enamoró. En su preparación, Rodrigo, un limeño amante y conocedor del Cusco, utilizó varias setas que esta temporada lluviosa ha regalado al Cusco, hongos alimenticios que solo las mamachas y la sapiencia de cocinero de Rodrigo saben combinar.


Luego, nos sirvió un lomo de alpaca a la parrilla tan bien cocido –jugoso, sangrante, muy suave- que nos hizo amistarnos con este animal andino. Nos gustaba, pero en una de nuestras últimas visitas a Cusco nos sirvieron uno tan malo e intenso, que nos alejó de la alpaca y sus dones. Rodrigo nos ha amistado con este insumo.

El postre resultó simple, frutas de la estación y helado, preciso para una retirada que necesitaba ser frugal después de dos experiencias –la de la crema y la del lomo- opíparas. Repetimos, Rodrigo es un buen gerente que cocina como la abuelita más generosa.

Así cerramos nuestra experiencia Ananay, una llena de comodidades y de platos sabrosos, dignos de un gobernante inca… aunque nosotros solo seamos unos simples pero sibaritas plebeyos.


DATOS

Ananay Hotels, Cusco

Quinta San Blas está en la calle Carmen Alto 218, San Blas, Cuaco.

Palacio Manco Cápac está en el barrio de San Cristóbal, Cusco

Visite: www.ananayhotels.com

Teléfono: (51 1) 421-7790.