Los placeres del Valle Sagrado esperaban por nosotros convertidos en un hermoso paisaje y en una arquitectura acorde con la naturaleza. Porque eso encontramos en el hotel Sonesta Posadas del Inca Yucay, un lugar que va en armonía con el precioso entorno que lo rodea.


alimentar el espíritu

Llegar a Yucay no es difícil. El pueblo se encuentra a solo cinco minutos de Urubamba, y si uno está en buen estado físico hasta es mejor ir caminando, algo que aconsejamos porque así se aprecia mejor la belleza del Valle Sagrado.  

Al recorrer esos parajes, uno termina de convencerse de la sabiduría de los Incas, sobre todo en su relación con la naturaleza. El Valle, regado por las energéticas aguas del Urubamba, es armonía pura: montañas fastuosas, vegetación diversa, clima amable, arquitectura imponente y una gente que no se cansa de ser amable.

Pero así como las poblaciones precolombinas supieron integrarse con el espacio, al ingresar a las instalaciones del Sonesta, uno se convence de que en la Colonia también hubo una voluntad de mantener este legado. El Posadas del Inca se encuentra en lo que fue un monasterio colonial del siglo XVIII, y está tan bien compenetrado con el entorno que uno lo siente como una obra propia de la naturaleza, como una flor que se abre por la mañana.

El Sonesta es un hotel de tres estrellas… que parece de cuatro. Está rodeado de amplios y bien cuidados jardines, con edificios de dos pisos donde resaltan sus largos balcones, y sus habitaciones están en el punto preciso entre la comodidad y el lujo.

Allí pasamos dos noches y esto nos permitió recorrer sus instalaciones, pasear por los bellos parajes andinos que rodean el lugar y, sobre todo, ver sus hermosos atardeceres y sus sublimes amaneceres. Porque hay pocos espectáculos más hermosos que ver el cielo convertirse en fuego, el aire en un abrazo envolvente y el rocío de la mañana en caricia. Y todo eso vivimos y nuestro espíritu se alegró y, por 48 horas, imaginamos que la felicidad era un espacio físico, geográfico y posible.

alimentar el cuerpo

El restaurante del Sonesta Yucay se llama Inkafé, y su chef es Eduardo Pozo, un cocinero con experiencia de varias décadas en varios de los mejores restaurantes y hoteles de Lima. 

El hombre nos cuenta que el 80% de los ingredientes de su cocina proviene de la zona, de lo que el maravilloso Valle Sagrado provee. Esto nos emociona, y quizás por esta razón sus sopas con maíz y papas y quinuas multicolores nos gustaron tanto. Además, tiene una huerta que le provee de lechuga, hortalizas, tomates cherry, hierbas aromáticas y brotes y flores, elementos que hacen que la experiencia de comer allí sea más gustosa y estética.

Pero, como pasa siempre, no todo lo que Pozo nos sirvió nos gustó. Nuestra primera noche puso en nuestra mesa una pasta tan mal ejecutada que estuvimos a punto de devolverla. Solo la amabilidad de la gente que nos atendió salvó la jornada.

Situación distinta vivimos el segundo día. Empezamos la experiencia con una minitostada con puré de espinaca, huevo de codorniz, salsa holandesa y pico de gallo (o chalaquita) que resultó sabrosa. Luego pasamos a un chupe de camarones con quinua que nos emocionó y que nos hizo certificar el talento de Pozo como hacedor de cremas y sopas y chupes.

Este chupe tenía tres variedades de quinua: roja, blanca y negra, que navegaban radiantes y brillosas en un caldo de pescado (trucha, corvina o lenguado) debidamente aderezado con el coral del camarón, vino blanco, cebolla, cebolla y un toque de apio. El queso que complejizaba el plato era un paria de Puno, y los camarones llegaron de Arequipa: purita armonía andina.

Luego nos sirvieron una trucha rellena con espinaca que resultó un poco seca por la excesiva cocción del pescado. El queso crema del relleno también nos pareció extremo (¿por qué no usaron un queso de la zona?) y la salsa de camarones y langostinos terminaron por hacer confuso y recargado al plato.

La muña y su potencia tampoco ayudaron mucho a la experiencia y aún no entendemos porqué se le retiró la piel a la trucha cuando su consistencia hubiera servido para darle un toque crocante a lo servido. Esta trucha rellena es un ejemplo de que la suma de ingredientes, si no están bien integrados, puede terminar confundiendo al comensal. Una trucha frita sazonada con sal y una ensalada de espinacas hubiera quedado mejor.

Para cerrar la tarde, Pozo nos hizo visitar uno de los espacios más queribles del hotel. Se llama La Placita del Café, y allí hay buenos helados artesanales, mejores cafés de los valles cafeteros del Cusco, tés complejos y de diverso origen, crepes con punche, tapas variadas y sándwiches elaborados con tan buen gusto que uno se pregunta por qué ese nivel no es mantenido, en sabor y hasta en decoración, en el restaurante del hotel. ¿Por qué, Eduardo, por qué?

Más allá de estos reparos, por la belleza del monasterio colonial donde se ubica el hotel, y La Placita del Café, bien vale la pena volver al Sonesta Yucay. Siga nuestra travesía.


DATOS

Sonesta Posadas del Inca Valle Sagrado Yucay.

Plaza Manco II de Yucay 123, Urubamba.

Cusco, Perú.

Teléfono: (51) 84-201107

E-mail: reservas.sonestayucay@ghlhoteles.com

Web: www.sonesta.com


(Fotos: Zaid Arauco).